viernes, 18 de diciembre de 2020

Esclavitud…

El Papa Francisco ha dedicado su mensaje para la Jornada de la Paz de este año al tema de la esclavitud. Aunque “desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre”, es de reconocerse que “hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo”. Sin embargo, “todavía hay millones de personas -niños, hombres y mujeres de todas las edades- privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud” (n.3).

El Papa Francisco puntualiza los ejemplos, refiriéndose a “tantos trabajadores y trabajadores, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores”; a “muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente”; también a “personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y eslavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión”; y, por último, a “los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional” (n. 3).

El Mensaje se introduce entonces en un análisis más profundo, que llega a desenmascarar las causas de tan lamentables realidades. Ante todo, “una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto”. Pero a esta “causa ontológica” añade otras más dependientes de los contextos. En primer lugar, la pobreza, especialmente cuando se combina “con la falta de acceso a la educación” y cuando no hay oportunidades de trabajo. Añade, por otro lado, “la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse”. Finalmente, señala “los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo” (n.4).

La continuación del documento propone un compromiso común para luchar contra este flagelo. Si por un lado denuncia la sospecha de una indiferencia general, por otro identifica grupos humanos -entre los que destaca congregaciones religiosas, especialmente femeninas- que intervienen con acciones directas contra el mismo. Llama, para ello, a intervenir a nivel global ante un fenómeno que tiene ese mismo alcance, mencionando la responsabilidad de los Estados, las organizaciones intergubernamentales, las empresas y las organizaciones de la sociedad civil (n.5).

Pero el Papa evita que el discurso se quede en los altos niveles de gestión humana, al recordar, por ejemplo, la responsabilidad de cada consumidor a la hora de adquirir un producto, cuando puede tener detrás una especie de esclavitud laboral. “Cada persona debe ser consciente de que comprar es siempre un acto moral, además de económico” (n. 5).

“Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o buscando pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un ‘buenos días’ o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad” (n. 6).

La base de esta solicitud no es otra que la conciencia de ser hermanos, miembros de la misma familia humana. “La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos” (n.6). JLA

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