El relato
de la conversación de la mujer Samaritana con Jesús, nos deja pensando frente a
la capacidad de conversión de una persona que, sólo mediante palabras, logra
creer en el verdadero Mesías (Juan
4,1-26).
Nos deja
pensando hoy, tras 2000 años de historia. Contamos con una historia revelada en
una recopilación de libros de distintos autores de diferentes épocas, lo que
conocemos como la Sagrada Escritura. Tenemos la certeza de ciertos hechos
verídicos que la ciencia no ha podido refutar y que incluso ha confirmado. Nos
apoyamos de una congregación cristiana encargada de custodiar e interpretar la
Palabra de Dios, nuestra Iglesia Católica. Sin embargo, aún no creemos porque lo que necesitamos es
ver.
Nos toma
demasiado trabajo reconocer a Dios Padre como el Creador de todo el Universo, a
Jesucristo su hijo, como nuestro Salvador y al Espíritu Santo como
Santificador.
¿Por qué?
¿Será que la razón ha superado al sentimiento? Incapaces somos de sentir, pues
lo que necesitamos es comprender. Y así es como buscamos textos, artículos,
videos, libros, papers, en definitiva toda fuente de información posible que
nos pruebe que Dios existe, que Jesús fue un hombre que vivió entre nosotros y
más aún, (aunque complejo de seguir entendiendo) que murió y resucitó.
Buscamos con la inteligencia, lo que encontraremos
con el corazón. Y no está demás citar la historia de San Agustín y el
niño junto al mar, quién le da una hermosa lección respecto a que no es posible
que el hombre logre comprender el misterio de Dios. A Dios no se estudia, a
Dios se ama. A Dios no se comprende, a Dios se siente.
San Juan
relata la incredibilidad de Tomás cuando Jesús resucitado se aparece entre los
discípulos: “… Si no veo en sus
manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la
mano en su costado, no lo creo”. (Juan 20,25).
Y “Jesús
dijo: Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto” (Juan
20,29).
En
nuestra condición de debilidad humana, todos tenemos algo de Tomás. Todos hemos
buscado cómo poder ver o comprender para lograr creer. Ciertamente, si nuestra
fe fuera lo suficientemente grande, sólo pronunciando la palabra ‘Jesús’,
tendríamos todo cuanto quisiéramos y necesitáramos. Sólo podemos lograr creer
mediante la fe: ese Don maravilloso que nos abre las puertas del cielo.
Desanimo,
desaliento, cansancio, desilusión tal vez, pues no logramos sentir
verdaderamente la presencia de Dios en nuestras vidas. Decimos tener fe, somos
cristianos activos también, pero aún no lo logramos. No logramos sentirlo…
Me
refiero a esa presencia majestuosa de sentirnos acompañados por alguien… o por
algo. No sucumbir en el temor, pues estamos abandonados a la voluntad del
Padre. No preocuparnos por el mañana, pues Dios nos proveerá todo lo que
necesitemos. No caer en la angustia, pues la esperanza de la vida eterna deja
de ser esperanza y pasa a ser promesa de nuestro amado Señor.
Pero, no
lo creemos. ¿Por qué nos cuesta tanto creer si incluso para la tranquilidad del
intelecto, todo lo anterior está escrito en la Santa Biblia?
“Yo estoy
con ustedes todos los días hasta el fin de la historia”. (Mateo
28,20)
“No se
preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A
cada día le bastan sus problemas”. (Mateo 6,34)
“Venid a
mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré”. (Mateo
11,28)
No se trata de sólo creer que Jesús existe sino
también creer que Jesús vive dentro de nosotros. Justamente la fe es la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no vemos. Si podemos confiar en el diagnóstico
de un Médico, en la gestión de un Abogado, ¡cuánto más podemos confiar en la
Palabra de Jesucristo, nuestro salvador! Se trata de entender que nuestro
verdadero propósito en nuestras vidas, no es precisamente trabajar, comer,
dormir; sino conocer, amar y servir a Dios.
Y por
último, me refiero a esa presencia majestuosa que nos hace sentir enamorados de
alguien… o de algo. Una razón de existir que trasciende a lo terreno y a todo
lo que tenga relación con el mundo. Dormir y despertar pensando en ello y vivir
un día con alegría por cualquier cosa, o simplemente por nada. Conversar con
alguien… o con algo y decirle… te amo.
Ocurre el
milagro de escuchar en el silencio y de sentirnos escuchados en la nada.
Confiar hasta lo más profundo de nuestros secretos, entregarse por entero a ese
alguien, pero ya no con la mente, pues la inteligencia ha perdido importancia.
Sólo sentir, sólo corazón.
El ¿Alfa
y el Omega? (Apocalipsis 22,13), sí. Es Jesús. Un Dios vivo cuya presencia lo
hace casi palpable. Eso es fe, eso es creer para ver. MYB
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