El suceso que dejó más huella durante el obispado de Ramón, fue el arreglo de los conflictos entre los obispos vecinos. A medida que los cristianos reconquistaban de manos de los árabes el país, faltaba reorganizar la jerarquía católica y no era fácil conciliar los intereses y los derechos de cada quien. El obispo de Barbastro tenía un doble título: obispo de Barbastro y de Roda. Ésta era una segunda diócesis que el obispo de Urgel, Odón, agregó a la primera. Él la ocupó, por la fuerza, en 1104. Una orden formal del Papa Pascual II le permitió tomarla y el incidente concluyó.
La situación en Roda era clara. No sucedía lo mismo en Barbastro y, cuando Ramón obtuvo del Papa la sede de Lérida, desde la recuperación de esta ciudad que había sido reconquistada (2 de mayo de 1110), el obispo de Huesca, Esteban, vio en ello una transgresión a sus derechos y resolvió reconquistar por la fuerza el territorio que se le escapaba. Hacia 1116-1118, con la ayuda de la armada del rey Alfonso l, ocupó Barbastro e hizo conducir a Ramón a Roda. A pesar de una sentencia de excomunión por parte del Papa Pascual II y los esfuerzos para ponerla en obra, de sus sucesores Gelasio II y Calixto II, Esteban no dejó Barbastro, la cual no cayó bajo la jurisdicción efectiva del obispo de Roda, sino muchos años después de la muerte de los dos adversarios.
En medio de estas pruebas, Ramón dio ejemplo de todas las virtudes: usaba cilicio, y su caridad hacia sus perseguidores no se desmintió jamás. Murió el 21 de junio de 1126, a su regreso de una expedición a Málaga, en la que había tomado parte al lado del rey de Aragón, Alfonso I. Fue sepultado en la catedral de Roda. Su tercer sucesor, Geofredo, al ver los milagros que se hacían en su tumba, hizo llevar el cuerpo a un lugar más honorable, el 17 de diciembre de 1143, ante la presencia de numerosos obispos, entre los cuales se encontraba el sucesor de Esteban de Huesca. El Papa Inocencio II, diez años después de la muerte de Ramón, lo canonizó.
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