La educación es un deber esencial, es una responsabilidad
ante Dios y ante los hombres.
Cuando nace un niño, no cabe más que pensar en
su futuro: ¿Qué será de este niño? ¿Cómo será? ¿Tendrá éxito?
Lo mismo se preguntaban de Juan el Bautista, cuando nació:
¿qué será de éste niño? Solo Dios sabía ya la misión que realizaría este niño,
así como sabe ya la misión que tendrá el hijo que tenemos en nuestros brazos.
Este niño está hecho a “imagen y semejanza de Dios” y
es responsabilidad de sus padres formar y educar a los hijos que la Iglesia de
Dios espera, prepararlos para que un día lleguen al cielo sin perder esa
semejanza con Dios.
Los hijos llegarán a ser lo que sus padres le ayuden a llegar
a ser.
Un hijo, con su sola presencia nos recuerda que su derecho a
ser educado es nuestro deber primario.
La educación es un trabajo magnífico y a la vez es un gran
reto.
Educar a nuestros hijos en los primeros años de vida, en
el orden, la limpieza, y los buenos modales, es muy importante ya que será una
plataforma sobre la que construirán los hábitos que mantendrán la salud y harán
que la convivencia sea más alegre y respetuosa.
Sin embargo, lo más importante es:
Formarlos.- Enseñarles el oficio
de ser hombres. Ser hombres es pensar, juzgar, obrar con constancia y espíritu
consecuente, según la recta razón. “Hombres, sed humanos: ese es vuestro deber”. Cultivar una de sus principales aptitudes, utilizando
los métodos más apropiados y eficaces para que logren desarrollarla y alcanzar
el éxito que los motive a seguir adelante. Lograr su autonomía y
responsabilidad personal.
Educarlos.- E-ducere, quiere decir. “Hacer salir”. Educar es hacer salir todas las riquezas que oculta el
niño en su alma. El niño ya es, en potencia, el hombre que deberá ser. Es como
una semilla sin germinar, la planta ya está, solo hay que ponerle los medios
necesarios para que crezca de forma recta.
Elevarlos.- Es hacer que alcance toda su estatura de hombre y de
hijo de Dios. La fe vivida desde pequeños, ayuda a que los hijos enfrenten
situaciones y problemas de la vida a la luz de los valores sobrenaturales. Elevarlo es ayudarlo a que el mismo se eleve, lograr
que el mismo colabore en su proceso de superación.
La educación debe realizarse por dentro, en el interior del
niño, no basta la dirección y la presión exterior.
La educación es obra del niño tanto como de los padres.
El arte del educador consiste en provocar en el niño el deseo
y la ambición de crecer, el querer ser él mismo, con todas sus aptitudes y
dones.
“Hacer a un hombre es darle un cielo lo suficiente llamativo
para que tenga deseos de dirigir a él su ímpetu con toda la intensidad de que
sea capaz.”
“La educación es la ciencia (principios teóricos) y el arte
(procedimientos prácticos) que dan al niño la posibilidad y la facilidad de
llegar a ser él mismo, desarrollando todo su ser en germen y esperanza, de tal
manera que en la total expresión de su personalidad, pueda, de adulto, vivir su
vida con plenitud y belleza para felicidad de los demás y de Dios, su Dueño y
Creador.
San Juan Crisóstomo nos dice: “Qué cosa más grande que
dirigir las almas y formar a los niños en la virtud”. Modelar las almas, éste
es el arte de las artes, más excelente que la del pintor o del escultor.
En todo hombre, conforme al Plan de Dios es posible
distinguir:
1) Al hombre con
sus dotes y riquezas personales.
2) Al ser social
orientado hacia los demás.
3) Al cristiano
escogido por Dios Nuestro Señor para una misión especial en esta vida para
llegar al cielo como su único fin.
4) Al miembro de
la Iglesia.
El niño es una esperanza absoluta llena de promesas para la
familia, para la patria, para toda la sociedad humana; esperanza igualmente
para la Iglesia, para el cielo, para Dios mismo, de quien es y debe ser hijo.
Para que esta esperanza no defraude, sino que se realice
plenamente, hay que educar al hijo y educarlo bien. Educación física que
fortalezca las energías del cuerpo, educación intelectual que desarrolle y
enriquezca los recursos del espíritu, educación moral y religiosa que ilumine y
guíe la inteligencia, que forme y fortifique la voluntad, que discipline y
santifique con el prototipo divino que la haga digna de figurar en el cielo. AV
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