Ninguna virtud vale la pena si no está impregnada de amor. Espíritu Santo, generador de la fortaleza cristiana.
¿Cómo transforma nuestro comportamiento el Espíritu Santo? Lo hace con la
ayuda de nuestra cooperación, porque él quiere que también seamos activos en
nuestro crecimiento.
El
desarrollo de las virtudes requiere algunas renuncias. Por ejemplo, para aprender
a ser pacientes, a veces tenemos que renunciar a decir algunas cosas, o a
quejarnos, o a maltratar a otros; para ser humildes a veces tenemos que
renunciar a hablar de nosotros mismos; para ser generosos tenemos que renunciar
a algunos bienes.
Cada vez que decimos que no a algo inconveniente (un amor prohibido, una
experiencia peligrosa, algo indebido) nos queda un vacío, una especie de hueco
interior que reclama. Pero ¿con qué se llena ese vacío para que se convierta en
algo positivo?
En realidad, el solo hecho de renunciar a algo que no es bueno ya debería
hacernos sentir nobles y serenos con nuestra conciencia. Pero eso puede ser
sólo orgullo, una necesidad de aparentar, el deseo de sentirse importante, o
una forma de cuidarse para evitar problemas. Entonces, eso no hace más que
dejarnos en la superficialidad.
Lo único que llena el vacío es el amor. Renunciar cuando es necesario, pero
por amor, realmente por amor. Entonces sí una renuncia nos deja una sensación
de haber profundizado en la vida.
Ninguna
virtud vale la pena si no está impregnada de amor. Por eso, una persona austera y sacrificada, pero sin amor, no es más que
un egoísta o un vanidoso. Se contempla a sí mismo y le gusta sentirse más
perfecto que otros. Eso no es profundidad, porque la persona se queda en el
nivel superficial de la vanidad. Pero sólo el Espíritu Santo puede darnos el
amor que no tenemos, y por eso, antes de cualquier esfuerzo, es necesario
invocarlo y pedirle insistentemente que derrame la fuerza del amor en nuestro
interior. VMF
No hay comentarios.:
Publicar un comentario