domingo, 6 de noviembre de 2022

Curar la ceguera de la soberbia…

La soberbia puede llevar a la insensibilidad, al desprecio del otro, a la creencia de ser superior respecto de los equivocados, los viciosos, los incultos, los anclados en un pasado visto como algo sin sentido.

La soberbia ciega, sobre todo cuando uno tiene una gran inteligencia y una personalidad fuerte, que le llevan a sentirse cualificado para juzgarlo todo con un criterio válido: el suyo.

Una vez herido por la ceguera, el soberbio no percibe ni el daño que producen sus palabras, ni la pena de quien ha sido despreciado, ni la posibilidad de que otros puntos de vista puedan tener también su parte de razón.

No resulta fácil curar la ceguera de la soberbia, precisamente porque quien se autodeclara bueno, inteligente, justo, ‘superior’, no percibe ninguna necesidad de convertirse, de replantearse la propia vida, porque ya la ve como ‘perfecta’.

Ese es el gran daño de la soberbia: hacer que uno llegue a considerarse infalible, poseedor de cualidades que otros deben reconocer para seguir sin resistencia lo que el soberbio afirme y defienda.

A pesar de lo difícil que parece curar a quien ha llegado a ese estado, existen ocasiones que abren un rayo de curación. Quizá un golpe en la vida, una enfermedad imprevista, una palabra sincera y franca de un familiar o un amigo, se convierten en ocasiones para desmontar mentiras y para abrirse a la gran virtud de la humildad.

Por desgracia, más de alguno, enfermo gravemente de soberbia, reaccionará de malas maneras ante lo que habría sido una ocasión para iniciar una terapia liberadora.

Pero con la ayuda de Dios, y desde ese inmenso tesoro de la libertad que todos tenemos como don, habrá soberbios que interrumpan su sueño de mentiras y se abran al horizonte de la ternura y de la compasión.

Entonces empezarán un camino de conversión que les ayudará a acoger el perdón de Cristo, y les permitirá sentir la alegría de estar junto a hermanos frágiles que también son amados por el Padre de los cielos. FP

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