Los
hombres necesitamos «hacer fiesta». Y quizá hoy más que nunca. Sometidos a un
ritmo de trabajo inflexible, esclavos de ocupaciones y tareas a veces
agotadoras, necesitamos ese descanso que nos ayude a liberarnos de la tensión,
el desgaste y la fatiga acumulada a lo largo de los días.
El
hombre contemporáneo ha terminado con frecuencia por ser un esclavo de la
productividad. Tanto en los países socialistas como en los capitalistas, el
valor de la vida se ha reducido en la práctica a producción, eficacia y
rendimiento laboral. Según H. Cox, el hombre actual «ha comprado la prosperidad
al precio de un vertiginoso empobrecimiento en sus elementos vitales». Lo
cierto es que todos corremos el riesgo de olvidar el valor último de la vida
para ahogarnos en el activismo, el trabajo y la producción.
La
sociedad industrial nos ha hecho más laboriosos, mejor organizados, más
eficaces, pero, mientras tanto, son muchos los que tienen la impresión de que
la vida se les escapa tristemente de entre las manos. Por eso el descanso no
puede ser solo la «pausa» necesaria para reponer nuestras energías agotadas o
la «válvula de escape» que nos libera de las tensiones acumuladas, para volver
con nuevas fuerzas al trabajo de siempre.
El
descanso nos tendría que ayudar a regenerar todo nuestro ser descubriéndonos
dimensiones nuevas de nuestra existencia. La fiesta nos ha de recordar que la
vida no es solo esfuerzo y trabajo agotador. El ser humano está hecho también
para disfrutar, para jugar, para gozar de la amistad, para orar, para
agradecer, para adorar... No hemos de olvidar que, por encima de luchas y
rivalidades, todos estamos llamados ya desde ahora a disfrutar como hermanos de
una fiesta que un día será definitiva.
Tenemos
que aprender a «hacer vacaciones» de otra manera. No se trata de obsesionarnos
con «pasarlo bien» a toda costa, sino de saber disfrutar con sencillez y
agradecimiento de los amigos, la familia, la naturaleza, el silencio, el juego,
la música, el amor, la belleza, la convivencia. No se trata de vaciarnos en la
superficialidad de unos días vividos de manera alocada, sino de recuperar la
armonía interior, cuidar más las raíces de nuestra vida, encontrarnos con
nosotros mismos, disfrutar de la amistad y el amor de las personas, «gozar de
Dios» a través de la creación entera.
Y
no olvidemos algo importante. Solo tenemos derecho al descanso y la fiesta si
nos cansamos diariamente en el esfuerzo por construir una sociedad más humana y
feliz para todos. JAP
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