Los
hombres y las mujeres del planeta, ¿vamos hacia arriba o hacia abajo? Todo
depende, decía san Agustín, del amor. En su obra más famosa, las Confesiones,
acuñó una frase que se ha hecho famosa: “Mi amor es mi peso”.
¿Qué
quería decir con estas palabras? Agustín lo explicaba con estas palabras: “El
cuerpo con su peso tiende a su lugar; el peso no va solamente hacia abajo, sino
a su lugar. El fuego tiende hacia arriba; la piedra, hacia abajo; por sus pesos
se mueven y van a su lugar. El aceite derramado debajo del agua se levanta
sobre el agua; el agua derramada encima del aceite se sumerge debajo del
aceite: por sus pesos se mueven: van a su lugar” (Confesiones, 13,10).
El
lugar hacia el cual voy depende de aquello que amo. ¿Amo la tierra? Voy hacia
ella. ¿Amo el cielo? Vuelo hacia él.
San
Agustín, en otro texto, usará una fórmula más atrevida: “Cada quien es según
aquello que ama. ¿Amas la tierra? Serás tierra. ¿Amas a Dios? ¿Qué diré, que
eres dios? No me atrevo a decirlo por mí mismo. Escuchemos la Escritura: ´Yo
había dicho: Vosotros sois dioses, todos vosotros hijos del Altísimo´ (Sal 82,6)” (Tratados sobre la primera carta de san Juan, II,14).
La
vida sigue ante mí. En cada momento decido, hago mil cosas. El amor me guía y
me lleva. Hacia el bien o hacia el mal, hacia la solidaridad o hacia el
egoísmo, hacia la pureza o hacia la concupiscencia, hacia el autocontrol o
hacia el desenfreno, hacia la paz o hacia el odio. Según lo que amo, escojo, y
según lo que escojo, soy.
‘Mi
amor es mi peso’. Soy llevado hacia lo que amo. Y el amor nace de lo más
profundo de mi corazón. Por eso, de rodillas, vuelvo a pedirle a Dios como el
salmista: “Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”
(Sal 51,12).
Quiero vivir para amar, quiero ser llevado por el amor. Quiero, como santa Teresa del Niño Jesús, como tantos santos de ayer y de hoy, “vivir de amor y morir de amor”. FP
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