Al
hombre contemporáneo no le atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre «el
fin del mundo». Tampoco se detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús,
que, empleando ese mismo lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un
mundo nuevo. Lo que le preocupa es la «crisis ecológica». No se trata solo de
una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una
crisis global de la vida en este planeta. Crisis mortal no solo para el ser humano,
sino para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo.
Poco
a poco comenzamos a darnos cuenta de que nos hemos metido en un callejón sin
salida, poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el mundo. Hoy,
«progreso» no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo pasado, pues se
teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la vida, sino a la
muerte. La humanidad comienza a tener el presentimiento de que no puede ser
acertado un camino que conduce a una crisis global, desde la extinción de los
bosques hasta la propagación de las neurosis, desde la polución de las aguas
hasta el «vacío existencial» de tantos habitantes de las ciudades masificadas.
Para
detener el «desastre» es urgente cambiar de rumbo. No basta sustituir las
tecnologías «sucias» por otras más «limpias» o la industrialización «salvaje»
por otra más «civilizada». Son necesarios cambios profundos en los intereses
que hoy dirigen el desarrollo y el progreso de las tecnologías. Aquí comienza el
drama del hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de introducir
cambios decisivos en su sistema de valores y de sentido. Los intereses
económicos inmediatos son más fuertes que cualquier otro planteamiento. Es
mejor desdramatizar la crisis, descalificar a «los cuatro ecologistas
exaltados» y favorecer la indiferencia.
¿No
ha llegado el momento de plantearnos las grandes cuestiones que nos permitan
recuperar el «sentido global» de la existencia humana sobre la Tierra, y de
aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación
entera?
¿Qué
es el mundo? ¿Un «bien sin dueño» que los hombres podemos explotar de manera
despiadada y sin miramiento alguno o la casa que el Creador nos regala para
hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el cosmos? ¿Un material bruto que
podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su
Espíritu lo vivifica todo y conduce «los cielos y la tierra» hacia su
consumación definitiva?
¿Qué
es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la
naturaleza, pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios
a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la
vida hacia su plenitud en el Creador? JAP
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