El
Papa Francisco, en su homilía del miércoles de ceniza 2024, nos recuerda que la
ceniza es una expresión de nuestra condición humana. Somos frágiles, limitados,
mortales. Somos polvo que vuelve al polvo. Pero no somos polvo cualquiera.
Somos polvo amado por Dios, creado a su imagen y semejanza, destinado a una
vida eterna. Somos ceniza sobre la que Dios sopló su aliento de vida, somos
tierra que Él plasmó con sus manos, somos polvo del que resurgiremos para una
vida sin fin preparada desde siempre para nosotros.
La
ceniza, entonces, no es solo un recordatorio de nuestra debilidad, sino también
de nuestra dignidad. Somos hijos e hijas de Dios, llamados a vivir en comunión
con Él y con los demás. Somos amados con amor eterno, un amor que nos modela y
nos transforma. Un amor que nos invita a amar como Él nos ama, a ser
compasivos, misericordiosos, generosos, atentos. Un amor que nos impulsa a
compartir lo que somos y lo que tenemos con quien lo necesita, a practicar la
limosna, la oración y el ayuno como medios para purificar nuestro corazón y
acercarnos más a Dios y a nuestros hermanos.
La
Cuaresma es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con este amor. Es
un tiempo para dejar atrás lo que nos aleja de Dios, lo que nos ensucia el
alma, lo que nos hace olvidar nuestra verdadera identidad. Es un tiempo para
volver al corazón, a lo esencial de la vida cristiana, a la fuente de nuestra
alegría y nuestra esperanza. Es un tiempo para buscar el rostro de Dios, para
entrar en el aposento de nuestro espíritu, para escuchar su voz, para
entregarnos a Él.
San
Anselmo de Aosta, un gran teólogo y místico del siglo XI, nos dejó una hermosa
exhortación que podemos hacer nuestra en esta Cuaresma: «Huye un momento de tus
ocupaciones, apártate por un instante de tus tumultuosos pensamientos. Deshazte
de las preocupaciones que te agobian y pospón tus laboriosos quehaceres. Entrégate
un poco a Dios y descansa un instante en Él. “Entra en el aposento” de tu
espíritu, ahuyenta todo excepto a Dios y lo que te ayude a hallarle, y una vez
cerrada la puerta búscale. Ahora di “corazón mío”, di todo entero ahora a Dios:
Busco tu rostro, Señor; tu rostro es lo que busco».
Que
esta Cuaresma sea para nosotros un camino de conversión, de crecimiento, de
amor. Que la ceniza que recibimos sea una señal de nuestra disposición a
cambiar, a seguir a Cristo, a vivir como Él nos enseñó. Que el fuego del amor
de Dios arda en la ceniza que somos, y que ese amor se esparza sobre la
‘ceniza’ de tantas situaciones cotidianas, para que en ellas renazca esperanza,
confianza y alegría. Cn
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