La
cuaresma es una experiencia existencial real, concreta, histórica, afectiva.
Las tentaciones le hablan al cristiano de su lucha constante. La
transfiguración de su anhelo de reflejar el rostro de Cristo. La samaritana de
la manera inútil en la que se ha querido calmar la sed, pero ha resultado un
esfuerzo en vano. ¡Ni seis maridos lo han logrado!, ahora pone al cristiano de
cara a su ceguera. Hay realidades a las que el cristiano ha dejado de mirar, a
las que le ha volteado su rostro. Y Cuaresma es recuperar la vista Jesús, en el
descenso de la cuaresma, le muestra a la Iglesia que Él le puede devolver la
luz a sus ojos.
Qué
nobleza tan impresionante que, al terminar la cuaresma, allá en la Pascua hacia
la que la Iglesia se encamina con pasos decididos, todos los bautizados puedan
recuperar la vista, después de haber experimentado cómo el Señor los ha hecho
de nuevo. Jesús ha venido al mundo como luz, para que los que no ven recuperen
su vista, y para que los que se resistan a ver, por su obstinación se mantengan
en su detestable ceguera. Si el dolor de la vida y las propias decisiones han hecho
que, poco a poco, se cierren los ojos hasta quedar ciegos, esta es la
oportunidad de recuperar la vista de la mano del Señor, que ha venido como luz.
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