La mentalidad
antivida es, por su misma naturaleza, destructiva. Busca que un hijo no empiece
a existir y, si ya empezó a existir, pone en marcha métodos eficaces para
provocar su muerte. Esta mentalidad ha sostenido durante siglos y sostiene en
nuestro tiempo la elaboración de métodos anticonceptivos altamente “eficaces”.
Como la
anticoncepción no siempre funciona, y como muchas veces las relaciones sexuales
son realizadas “sin seguridad” (sin anticonceptivos), la mentalidad antivida
pasa a la siguiente estrategia: impedir que el hijo, en sus fases iniciales,
pueda anidar en el útero materno. Es decir, busca poner en práctica acciones
interceptivas.
Por eso
existen técnicas y métodos pensados específicamente no como anticonceptivos
(aunque a veces también puedan impedir una concepción), sino como
interceptivos; es decir, tales técnicas alteran de tal modo el buen
funcionamiento del cuerpo femenino, sobre todo del endometrio, que si ha habido
una concepción resulte prácticamente imposible que el embrión pueda anidar
(implantarse) en el seno materno. Son técnicas
interceptivas (sin excluir acciones anticonceptivas), por ejemplo, la píldora
del día después, así como otros métodos presentados bajo el nombre de “plan B”
o anticoncepción de emergencia (como la espiral o DIU, etc.).
En este
contexto, se ha comercializado en Europa y en otros lugares, desde el año 2009,
la píldora EllaOne (en otras ocasiones es presentada como Ellaone o como
ellaOne), cuyo principio activo es el acetato de ulipristal. Es conocida
también como píldora de los cinco días después, o de las 72 horas después, y
puede actuar “eficazmente” por más tiempo, alrededor de 120 horas después.
Esta píldora
se ofrece a quienes, después de una relación sexual no protegida (es decir,
potencialmente fecunda por no haber recurrido a anticonceptivos adecuados o
haberlos usado mal), tienen miedo de que se haya podido producir una concepción
y buscan, como “solución de emergencia”, impedir la anidación del propio hijo.
En la
descripción del producto no queda claro esto, pues se explica que EllaOne
impide la ovulación (si aún no se ha producido) y, además, produce alteraciones
en el endometrio. Tales alteraciones hacen casi imposible la anidación del
embrión en los casos en que se haya fecundado un óvulo.
Así, podemos
leer en un informe sobre el principio activo de EllaOne lo siguiente: “El
principio activo de Ellaone, el acetato de ulipristal, actúa como un modulador
de los receptores de la progesterona. Eso significa que ocupa los receptores a
los que normalmente se une la progesterona, impidiendo así que la hormona
ejerza su efecto. Al actuar sobre los receptores de la progesterona, Ellaone
afecta a la ovulación y previene así el embarazo, además de producir cambios en
el endometrio”. El texto apenas citado alude de modo muy sutil a la acción del
acetato de ulipristal sobre el endometrio, sin especificar que tales cambios
impiden la anidación del hijo cuando ha habido concepción, es decir, implican
una acción interceptiva.
Hay que
aclarar que algunos de los promotores de la mentalidad antivida han conseguido
hacer pensar a muchos que el embarazo no inicia con la concepción del hijo,
sino con la anidación (implantación) del mismo en el endometrio (o en algún
otro lugar, como ocurre en los embarazos ectópicos). Según estas personas, que
cuentan en parte con el apoyo de algunos documentos de la Organización Mundial
de la Salud, no habría aborto cuando se impide la anidación, sino sólo cuando
se actúa sobre un embrión (un hijo) después de la anidación.
Lo anterior,
desde luego, es falso, porque antes de la anidación ya ha empezado a vivir un ser
humano (un hijo) en el seno materno. Puesto que un hijo vale siempre,
simplemente en cuanto ser humano, es igual de grave acabar con su vida antes de
la anidación, o después de la misma, o después de 3 meses de embarazo, o
después de 6 meses, o después del parto.
Por desgracia,
para la mentalidad antivida vale casi todo con tal de acabar con la existencia
del hijo no amado. La difusión y el uso de los anticonceptivos ha alimentado
esa mentalidad hasta el punto de promover el aborto como si se tratase de un
derecho (donde aún estaba prohibido), y de abrir cada vez más las puertas al
infanticidio legal, como ya defiende uno de los principales pensadores de la
mentalidad antivida, el australiano Peter Singer que durante años ha enseñado
en una de las más importantes universidades de los Estados Unidos, Princeton.
Más allá de
los juegos de palabras, la producción y venta de un producto como EllaOne (y de
la píldora del día después, y de la espiral, y de otros métodos presentados
como anticoncepción de emergencia) significa una nueva derrota en la defensa de
los derechos fundamentales que cualquier ser humano posee simplemente en cuanto
ser humano. Sobre todo, implica un ataque directo contra la vida de todos
aquellos hijos concebidos (el número será difícil de precisar, pues ni siquiera
la madre podrá saber cuándo se produjo una concepción y cuándo la píldora fue
“eficaz”) que morirán como consecuencia de la comercialización de una píldora
pensada y comercializada para atacar directamente su existencia.
Desde luego,
es justo reconocer que muchas mujeres que tomen EllaOne tras una relación
sexual “a riesgo” no llegarán a eliminar a un hijo, pues en la mayoría de los
casos esas relaciones no habrán dado lugar a ninguna concepción. Pero ello no
quita la potencialidad negativa encerrada en esta nueva píldora, que busca
“disparar a ciegas” (alterar el buen funcionamiento del sistema hormonal femenino)
para que, en el caso de que un hijo “pase” por allí, sea posible la “máxima
eficacia” respecto de su muerte.
Sobre este
nuevo producto y otros métodos interceptivos que ya existen en el mercado, la
Iglesia católica ofrece un juicio ético orientado a iluminar las conciencias de
las personas de buena voluntad. Podemos leer en la instrucción “Dignitas
personae” lo siguiente: “Junto a los medios anticonceptivos propiamente dichos,
que impiden la concepción después de un acto sexual, existen otros medios
técnicos que actúan después de la fecundación, antes o después de la
implantación en el útero del embrión ya constituido. Estas técnicas son
interceptivas cuando interceptan el embrión antes de su anidación en el útero
materno, y contragestativas cuando provocan la eliminación del embrión apenas
implantado.
Para favorecer
la difusión de los medios interceptivos a veces se afirma que su mecanismo de
acción aún no sería conocido suficientemente. Es verdad que no siempre se
cuenta con un conocimiento completo del mecanismo de acción de los distintos
fármacos usados, pero los estudios experimentales demuestran que en los medios
interceptivos está ciertamente presente el efecto de impedir la implantación.
Sin embargo, esto no significa que tales medios provocan un aborto cada vez que
se usan, pues no siempre se da la fecundación después de una relación sexual.
Pero hay que notar que la intencionalidad abortiva generalmente está presente
en la persona que quiere impedir la implantación de un embrión en el caso de
que hubiese sido concebido y que, por tanto, pide o prescribe fármacos
interceptivos.
Como se sabe,
el aborto «es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice,
de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción
al nacimiento». Por tanto, el uso de los medios de intercepción y
contragestación forma parte del pecado de aborto y es gravemente inmoral.
Además, en caso de que se alcance la certeza de haber realizado un aborto, se
dan las graves consecuencias penales previstas en el derecho canónico
(Congregación para la Doctrina de la Fe, instrucción “Dignitas personae” sobre
algunas cuestiones de bioética, 8 de septiembre de 2008, n. 23).
Frente a la
difusión de EllaOne, una píldora que se convierte en una nueva pieza en el
mosaico antivida, vale la pena cualquier esfuerzo orientado para alertar a la
gente de sus peligros, para explicar su verdadera naturaleza (EllaOne busca
claramente un efecto abortivo si ha habido una concepción), y para rechazarla
con firmeza donde haya sido aprobada.
En ese
sentido, la objeción de conciencia del personal sanitario y de los
farmacéuticos es no sólo un derecho, sino un deber, en función de su genuina
vocación: servir, ayudar, asistir la vida de cualquier ser humano, desde su
concepción hasta que llega el momento de su muerte. FP
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