Conozco a las
mías.
Nuestra vida se decide en lo cotidiano. Por lo
general, no son los momentos extraordinarios y excepcionales los que marcan más
nuestra existencia. Es más bien esa vida ordinaria de todos los días, con las
mismas tareas y obligaciones, en contacto con las mismas personas, la que nos
va configurando. En el fondo, somos lo que somos en la vida cotidiana.
Esa vida no tiene muchas veces nada de excitante.
Está hecha de repetición y rutina. Pero es nuestra vida. Somos «seres cotidianos».
La cotidianidad es un rasgo esencial de la persona humana. Somos al mismo
tiempo responsables y víctimas de esa vida aparentemente pequeña de cada día.
En esa vida de lo normal y ordinario podemos crecer
como personas y podemos también echarnos a perder. En esa vida crece nuestra
responsabilidad o aumenta nuestra desidia y abandono; cuidamos nuestra dignidad
o nos perdemos en la mediocridad; nos inspira y alienta el amor o actuamos
desde el resentimiento y la indiferencia; nos dejamos arrastrar por la
superficialidad o enraizamos nuestra vida en lo esencial; se va disolviendo
nuestra fe o se va reafirmando nuestra confianza en Dios.
La vida cotidiana no es algo que hay que soportar
para luego vivir no se qué. Es en la normalidad de cada día donde se decide
nuestra calidad humana y cristiana. Ahí se fortalece la autenticidad de
nuestras decisiones; ahí se purifica nuestro amor a las personas; ahí se
configura nuestra manera de pensar y de creer. K Rahner llega a decir que «para
el hombre interior y espiritual no hay mejor maestro que la vida cotidiana».
Según la teología del cuarto evangelio, los
seguidores de Jesús no caminan por la vida, solos y desamparados. Los acompaña
y defiende día a día el Buen Pastor. Ellos son como «ovejas que escuchan su
voz y le siguen». El las conoce a cada una y les da vida eterna. Es Cristo
quien ilumina, orienta y alienta su vida día a día hasta la vida eterna.
En el día a día de la vida cotidiana hemos de
buscar al Resucitado en el amor, no en la letra muerta; en la autenticidad, no
en las apariencias; en la verdad, no en los tópicos; en la creatividad, no en
la pasividad y la inercia; en la luz, no en la oscuridad de las segundas
intenciones; en el silencio interior, no en la agitación superficial. JAP
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