Texto del Evangelio (Jn 6,35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre
vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del
cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y
esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me
ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi
Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le
resucite el último día».
«El que venga a mí, no tendrá hambre»
Comentario: Fr. Gavan JENNINGS (Dublín, Irlanda)
Hoy vemos cuánto le
preocupan a Dios, nuestra hambre y nuestra sed. ¿Cómo podríamos continuar
pensando que Dios es indiferente ante nuestros sufrimientos? Más aún, demasiado
frecuentemente “rehusamos creer” en el amor tierno que Dios tiene por cada uno
de nosotros. Escondiéndose a Sí mismo en la Eucaristía, Dios muestra la
increíble distancia que Él está dispuesto a recorrer para saciar nuestra sed y
nuestra hambre.
Pero, ¿de qué “sed” y
qué “hambre” se trata? En definitiva, son el hambre y la sed de la “vida
eterna”. El hambre y la sed físicas son sólo un pálido reflejo de un profundo
deseo que cada hombre tiene ante la vida divina que solamente Cristo puede
alcanzarnos. «Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y
crea en Él, tenga vida eterna» (Jn 6,39). ¿Y qué debemos hacer para obtener
esta vida eterna tan deseada? ¿Algún hecho heroico o sobrehumano? ¡No!, es algo
mucho más simple. Por eso, Jesús dice: «Al que venga a mí no lo echaré fuera»
(Jn 6,37). Nosotros sólo tenemos que acudir a Él, ir a Él.
Estas palabras de
Cristo nos estimulan a acercarnos a Él cada día en la Misa. ¡Es la cosa más
sencilla en el mundo!: simplemente, asistir a la Misa; rezar y entonces recibir
su Cuerpo. Cuando lo hacemos, no solamente poseemos esta nueva vida, sino que
además la irradiamos sobre otros. El Papa Francisco, el entonces Cardenal
Bergoglio, en una homilía del Corpus Christi, dijo: «Así como es lindo después
de comulgar, pensar nuestra vida como una Misa prolongada en la que llevamos el
fruto de la presencia del Señor al mundo de la familia, del barrio, del estudio
y del trabajo, así también nos hace bien pensar nuestra vida cotidiana como
preparación para la Eucaristía, en la que el Señor toma todo lo nuestro y lo
ofrece al Padre».
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