Ya no volvieron a ser los mismos. El encuentro con
Jesús, lleno de vida después de su ejecución, transformó totalmente a sus
discípulos. Lo empezaron a ver todo de manera nueva. Dios era el resucitador de
Jesús. Pronto sacaron las consecuencias.
Dios
es amigo de la vida. No
había ahora ninguna duda. Lo que había dicho Jesús era verdad: «Dios no es un
Dios de muertos, sino de vivos». Los hombres podrán destruir la vida de mil
maneras, pero si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que sólo quiere la
vida para sus hijos. No estamos solos ni perdidos ante la muerte. Podemos
contar con un Padre que, por encima de todo, incluso por encima de la muerte,
quiere vernos llenos de vida. En adelante, sólo hay una manera cristiana de
vivir. Se resume así: poner vida donde otros ponen muerte.
Dios
es de los pobres. Lo
había dicho Jesús de muchas maneras, pero no era fácil creerle. Ahora es
distinto. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que es verdad: «felices
los pobres porque le tienen a Dios». La última palabra no la tiene Tiberio ni
Pilato, la última decisión no es de Caifás ni de Anás. Dios es el último
defensor de los que no interesan a nadie. Sólo hay una manera de parecerse a
él: defender a los pequeños e indefensos.
Dios
resucita a los crucificados. Dios
ha reaccionado frente a la injusticia criminal de quienes han crucificado a
Jesús. Si lo ha resucitado es porque quiere introducir justicia por encima de
tanto abuso y crueldad como se comete en el mundo. Dios no está del lado de los
que crucifican, está con los crucificados. Sólo hay una manera de imitarlo:
estar siempre junto a los que sufren, luchar siempre contra los que hacen
sufrir.
Dios
secará nuestras lágrimas. Dios
ha resucitado a Jesús. El rechazado por todos ha sido acogido por Dios. El
despreciado ha sido glorificado. El muerto está más vivo que nunca. Ahora
sabemos cómo es Dios. Un día Él «enjugará todas nuestras lágrimas, y no habrá
ya muerte, no habrá gritos ni fatigas. Todo eso habrá pasado» JAP
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