En el libro de Isaías del Antiguo Testamento se anuncia la reunión de
todas las naciones, lenguas y razas en un solo pueblo elegido. En el Nuevo
Testamento, Jesús dice a sus paisanos que vendrán extranjeros del norte y del
Sur, de Oriente y Occidente, para sentarse a la mesa del Reino de Dios.
Esta universalidad de la salvación de Dios nos deja todavía sin saber
nada acerca del número de los que se salvarán. Nos basta con saber que Dios
llama a todos, que la puerta que conduce al Reino es estrecha y puede cerrarse
en cualquier momento. Lo único importante es la conversión al Evangelio. Todo
lo demás es simple curiosidad que nos distrae peligrosamente.
El Evangelio es salvación para los que lo escuchan responsablemente,
sean o no descendientes de Abrahán o católicos desde su nacimiento. Escuchar
responsablemente el Evangelio es vivirlo, practicarlo en la vida de cada día.
Y esto no es nada fácil. Por eso dice Jesús que la puerta es estrecha y
que sólo los que se esfuerzan entraran por ella en el Reino de Dios.
No basta con escuchar sermones o ir a misa todos los domingos. No son
las prácticas piadosas las que nos van a salvar. Todo esto tiene su valor, pero
sólo cuando nos ayuda y anima a vivir nuestra fe en la vida de cada día: en
nuestra vida personal y familiar, nuestra vida social y profesional, nuestra
vida política...
El último día, el Señor reconocerá sólo a aquellos que ahora y aquí lo
reconocen en los hombres. Reconocer a Jesús en los hombres, es reconocer la
dignidad de cada ser humano, respetar sus derechos, tener en cuenta sus
necesidades y, sobre todo, solidarizarse con los pobres, los marginados, los
oprimidos. Cualquier cosa que hagamos a uno de estos, al Señor mismo se lo
estamos haciendo.
“Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. Llegará
el gran Día del juicio, y entonces vendrá la sorpresa implacablemente sobre
muchos que se creyeron los verdaderos cristianos.
Y estos, que se tuvieron a sí mismos por los primeros, dirán: “Señor,
ábrenos”. Y el Señor les contestará: “No sé quiénes sois”. Y ellos comenzarán a
decir: “Hemos comido tu pan y bebido tu sangre, tu Evangelio se ha predicado en
nuestras iglesias.”
Pero el recuerdo de todas estas prácticas religiosas no servirá de nada
si no va acompañando de la prueba verdaderamente decisiva en el juicio: del
amor a los demás, sobre todo a los necesitados.
Llegará el gran Día del juicio, y entonces vendrá felizmente la sorpresa
sobre muchos hombres de oriente y occidente, del norte y del sur. Son los que
practicaron en el mundo el mensaje cristiano del amor
Por eso, el Señor les abrirá la puerta, los sentará a su mesa y les
dirá: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino. Porque tuve hambre, y me
disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui peregrino, y me
acogisteis...”
Los primeros para Dios son con frecuencia los últimos para los hombres.
Porque Dios no juzga según las apariencias, sino que ve en el corazón.
Hay un cristianismo oficial que es bueno cuando expresa auténticamente
en palabras y obras las actitudes de la fe, la esperanza y el amor pero que es
vana hipocresía cuando no es así.
En cambio, hay otro cristianismo sin nombre, anónimo, que no se expresa
en ritos y palabras, pero que realiza en la vida el mensaje de Cristo.
La verdad cristiana es eminentemente práctica. Consiste en la conversión
del hombre hacia un orden nuevo, en el que habita la justicia, la paz, la
fraternidad y el amor. Los hombres que trabajan por estos valores, se salvarán
y ascenderán a los primeros puestos.
Queridos hermanos, esforcémonos para que Dios nos encuentre también
entre ellos y nos deje entrar en su Reino celestial. NS
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