Mártires, 04 de Mayo
Elogio: En Cirta,
población de Numidia, conmemoración de los santos mártires Agapio y Secundino,
obispos, los cuales, después de un prolongado destierro en dicha ciudad,
llegaron a ser mártires gloriosos a causa de su condición episcopal durante la
persecución llevada a cabo bajo el emperador Valeriano, en la que se pretendía
suscitar el furor de los gentiles para poner a prueba la fe de los justos.
Fueron también martirizados con ellos san Emiliano, soldado, santas Tertula y
Antonia, vírgenes consagradas a Dios, y una mujer con sus hijos gemelos.
La presente
noticia hagiográfica se refiere al grupo de Agapio y compañeros, celebrado el 4
de mayo, y al de Mariano y compañeros, celebrado el 6 de mayo.
Se trata de un
grupo de mártires africanos, que la última edición de Martirologio Romano
celebra en dos días distintos: Agapio, Secundino, Tertula, Antonia y Emiliano
el 4 de mayo, y Jacobo y Mariano el 6 de mayo. En efecto, habiendo sufrido el
martirio en días y lugares diversos, fueron agrupados en los relatos de la
antigua «Passio», y así, todos juntos, han sido puestos en los sucesivos textos
históricos, como las «Actas de los Mártires» o la «Bibliotheca Sanctorum». La
«Passio» de los santos mártires llamados «de Lambesa», es decir, los del 6 de
mayo, fue escrita por otro cristiano arrestado junto con ellos, cuyo nombre
permaneció desconocido; por esta comunión en los sufrimientos, el texto, en
quince capítulos, refleja la real situación del martirio, llegando a detalles
de máxima atendibilidad, cosa bastante rara en las «Passio» de los antiguos
mártires, compiladas en tiempos posteriores e integradas por muchos elementos
legendarios. En este caso en cambio, en la clasificación de Ruinart, se las
considera «acta sincera», es decir, dignas de crédito.
El rol
protagónico lo tienen el diácono Jacobo (es decir, Santiago) y el lector
Mariano, compañeros del cronista; mientras los tres cristianos estaban de viaje
por la Numidia (provincia romana del siglo I), parece que volviendo del África
proconsular, se detuvieron en Mugnae, suburbio de Cirta (actual Constantina, en
Argelia), alojándose en una villa. En el mismo lugar encontraron dos obispos,
Agapio y Secundino, que el gobernador de la provincia reclamaba desde el exilio
que se les había impuesto luego del primer edicto de Valeriano (es decir,
Valeriano Publio Licinio, emperador romano del 253 al 260, sucesor de Emilio,
que emitió dos edictos contra los cristianos, en 257 y en 258).
A causa del
segundo edicto, que condenaba a muerte, rápidamente y sin proceso, a obispos,
presbíteros y diáconos, los dos obispos -que tuvieron la oportunidad de exhortar
al martirio a los dos jóvenes clérigos y a otros cristianos reunidos allí para
ser interrogados- fueron trasladados a Cirta para ser juzgados por los
magistrados civiles. Después de la partida de los obispos la villa fue cercada
y Mariano, Jacobo y el desconocido escritor fueron arrestados junto con los
otros; los dos clérigos habían sido traicionados por haber exhortado a los
demás a la firmeza de la fe. Llevados delante de los magistrados de Cirta y
puestos bajo interrogatorio, Jacobo confesó su estado de diácono, mientras que
Mariano fue puesto bajo tortura especialmente cruel, porque no creían que fuese
un simple lector, sino que pensaban que se decía tal para salvar su vida.
Los dos
jóvenes clérigos cristianos habían ya sufrido por la persecución precedente, la
séptima, ordenada en el 249 por el emperador Decio (200-251); su temple noble y
sereno en ocasión del arresto y de los tormentos a los que fueron sometidos,
transparentaba la grandeza de alma y el deseo de martirio; en el capítulo V se
cuenta que fueron colgados por los dedos de las manos con pesas en los pies; en
el capítulo XIII el autor delinea el heroico comportamiento de la madre de
Mariano, que más que angustiarse, exultó cuando vio a su hijo acercarse al
martirio. Durante el período de cárcel el diácono Jacobo vio en sueños a
Agapio, que ya había llegado al final, y que se encontraba entre los convidados
de un ágape fraterno donde participaban sus ex compañeros de cárcel y de
tormentos ya martirizados, mientras que en el grupo sobresalía un niño que
anunciaba a Mariano y Jacobo el testimonio que habría de ofrecer al día
siguiente.
Durante su
permanencia en la cárcel, muchos otros cristianos -aunque no fueran obispos,
presbíteros o diáconos- sufrían el martirio, hasta que el 6 de mayo del 259
también los dos clérigos, Jacobo y Mariano, fueron ejecutados en un cauce seco,
«donde los bancos de las riberas formaban una especie de circo en el que se
sentaban los espectadores». Los mártires fueron tan numerosos en aquella
ocasión, que los verdugos los colocaban en fila «para que la espada del impío
asesino decapitase a los fieles uno tras otro, en un arranque de cólera». Antes
de que llegase su turno, Mariano habló, como un profeta, de las desgracias que
caerían sobre los que mataban a los cristianos. La madre de Mariano, «llamada
con razón María, bendita en su nombre y en su hijo», besó el cadáver del fruto
de sus entrañas.
A los dos
obispos Agapio y Secundino, según la «Passio» escrita por este cristiano que
evidentemente escapó de la muerte, les fueron asociados dos jóvenes, Tertula y
Antonia, que Agapio tenía en custodia. El obispo, a punto de dejarlas solas,
pidió repetidamente al Señor que les diese el don del martirio, y tuvo una
revelación particular en la que oyó una voz que le decía «¿Por qué pides con
tanta insistencia los que ya has obtenido con una sola de tus oraciones?» (Cap.
XI).
En la misma
«Passio» se recuerda también al soldado Emiliano, de unos cincuenta años, que
por toda su vida había conservado una pura continencia; tenía un hermano pagano
que solía burlarse de él por su fe cristiana. Mientras estaba en la cárcel
Emiliano soñó con el hermano, que con voz burlona le preguntaba desde las
tinieblas de la celda cómo estaban él y los otros, a lo que una voz le
contestaba que para los cristianos brilla una clara luz aun en las tinieblas;
insistió en preguntar si para todos los cristianos habría la misma corona en el
cielo o si entre los presentes habría algunos que la tendrían mayor. A lo que
se le respondió que las estrellas son todas luminosas, pero diversas entre sí,
y que entre los mártires estaba destinado a brillar con más fuerza quien más
fuerte y largamente hubiera sufrido.
El
Martirologio Romano lleva al día 4 de mayo la conmemoración de los santos
mártires Agapio, Secundino, Emiliano, Tertula, Antonia, y otros que sufrieron
el martirio en Cirta de Numidia; el año está entre el 258 y el 259; la fecha de
4 de mayo debe haber elegido para que se avecinase, precediéndola, a la fecha
cierta del 6 de mayo del 259, cuando fueron martirizados Jacobo y Mariano. En
realidad, entre los dos grupos de ejecuciones debieron haber pasado unos meses.
Al final la
«Passio», en el capítulo X, menciona a numerosos mártires laicos, caídos antes
o después de estos que se recuerdan, reportando algunos nombres, entre los
cuales había incluso niños: Floriano, Secundino, Gabro, Póstumo, Gaiano,
Mommino, Quintiano, Casio, Fasilo, Florencio, Demetrio, Gududo, dos Crispino,
Donato, y Zeón. El culto de los mártires de Lambase debió haberse difundido
mucho, ya que san Agustín predica un célebre sermón en su honor (Sermón 380);
las vicisitudes políticas que en los siglos siguientes atravesaron el norte de
África, hicieron que las reliquias de los mártires de Lambesa fueran
transportadas por algunos prófugos a Italia, donde se difundió su culto.
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