En mi país existe una costumbre popular bastante difundida:
muchos camiones y vehículos de carga tienen escritas frases en su parte
trasera, ideadas para demostrar el ingenio del conductor a quienes se topan con
estos obstáculos en la ruta. De este modo, mientras volvía de un viaje de
algunas horas por la llanura pampeana me encontré con una frase delante de mi
vista que llamó mi atención. Decía así:
“No soy el dueño del mundo, pero soy el hijo del
Dueño”.
Mi primera reacción fue negativa: ese señor se me estaba
presentando como dueño ya no sólo de la ruta, impidiendo mi paso, sino mucho
más: ¡como hijo del propio dueño del mundo! Entonces comprendí de inmediato
cuanto amor cristiano había en esa frase. ¡Era verdad! Este hombre me daba una
lección de inmensa sabiduría: me había topado nada menos con que un orgulloso
hijo de Dios, que me lo decía con toda claridad y sencillez. Y me lo hacía
notar poniendo en claro que su Padre era absolutamente dueño de todo lo Creado,
ya no sólo el camión y la ruta, sino de mi auto y de los que íbamos en él
también. Pero eso me hacía a mi también hijo del mismo Dueño de la Creación,
por lo que éste hombre pasó de ser un estorbo a mi paso, ¡a ser mi propio
hermano!
Puestas así las cosas, yo sonreía mientras le agradecía a
Dios por poner pequeñas muestras de Su Sabiduría en lugares tan sencillos y
cotidianos. ¡Qué poco hace falta para testimoniar el amor por Dios, mostrándolo
en la herramienta de trabajo, como lo hizo aquel conductor de camión!
Somos los hijos del Creador de todas las cosas, qué duda
cabe. Somos dignos herederos del Reino que nos espera, también. Muchas veces
recorremos la vida sin siquiera darnos cuenta de nuestro destino de grandeza,
un destino espiritual que trasciende todas las miserias que rodean muchas veces
a nuestra vida. Testimoniar ser hijos de Dios nos hace recordar a los demás
cuan intrascendentes son los obstáculos de nuestro día, si los ponemos a la Luz
de la vista de Cristo. Claro que no somos los dueños del mundo, aunque a veces
actuemos como pavos reales, como si realmente lo fuéramos. Pero somos los hijos
del Dueño, por lo que debemos actuar honrando su Santo Nombre en todo momento.
Nuestros actos deben demostrar quién es nuestro Padre, de tal modo que logremos
invitar a los demás hijos del mismo Padre a reconocerse también miembros del
Reino de Dios.
La ruta de la vida es larga y diversa, llena de obstáculos
que tratan de quitarnos a Dios de nuestro corazón. Pero siempre encontramos
letreros que nos indican el trayecto correcto, el camino a Dios, aunque a veces
aparezcan en el lugar menos esperado. Como aquel camión que un día me recordó
que por encima, muy por encima de las superficialidades de este mundo, está
nuestro Padre Celestial cuidándonos y abrigando nuestro corazón con sus
caricias y muestras de amor.
Padre,
que elegiste a la Criatura más Perfecta para ser el Arca que recree la Nueva
Alianza, que a través de su Seno Virginal enviaste a Tu Hijo a derramar Su
Sangre por nosotros, y que derramas Tu Santo Espíritu como ola que barre este
mundo, abre nuestros corazones y sonroja nuestros rostros con una santa
emoción, la emoción de reconocernos amados y esperados por Vos en Tu Casa,
cuando el tiempo sea el indicado por tu Santa Voluntad. OS
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