La
evangelización, la vida pastoral cotidiana de nuestras mismas parroquias, sólo
cobrarán impulso y eficacia sobrenatural, si es llevada adelante por santos,
por personas -laicos, sacerdotes, religiosos- que vivan en santidad y tengan
deseos de santidad. La mediocridad es estéril. La tibieza jamás hace nada
bueno. La rutina mata el Espíritu y el celo apostólico. Solamente la santidad
puede dar algún fruto digno de Dios y que sirva a los hombres.
Recordemos a
este respecto las palabras de Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio:
“No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las
fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y
teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo «anhelo de santidad» entre
los misioneros y en toda la comunidad cristiana” (n. 90).
La solución,
la clave, es abrirse a la Gracia, a la acción de Dios y al impulso del Espíritu
Santo que, purificando, nos une a Cristo y nos transforma para luego enviarnos.
Hemos de cuestionarnos, personal pero también eclesialmente, el tono y el vigor
de nuestras parroquias y comunidades cristianas -y lo que cada cual aporta, con
santidad de vida-.
“Un tiempo
de evangelización tiene que ser también tiempo de conversión. No puede
evangelizar cualquiera. La evangelización tiene que ser obra de discípulos fieles, entusiasmados con
la persona y el mensaje de Jesús, desprendidos del mundo, libres de toda
consideración humana, arrebatados por el Espíritu de Jesús, movidos por el amor
a Jesucristo y a los hermanos, con el corazón puesto en la vida eterna,
dispuestos literalmente a dar la vida por la difusión del Evangelio
y el reconocimiento de la gracia y de la bondad de Dios.
La
evangelización es obra de santos y
de mártires. Sería interesante estudiar la vida de los evangelizadores
en las distintas partes del mundo. Primero los apóstoles, luego los varones
apostólicos, los grandes obispos evangelizadores de Europa, de América, de Asia
y África, la muchedumbre de sacerdotes y religiosos desconocidos que han
entregado y siguen entregando la vida por la difusión del Evangelio.
Para entrar
en nuevos tiempos de evangelización, para poner nuestras iglesias en trance de
evangelización, necesitamos renunciar
a nuestras comodidades, sacudir nuestras rutinas, alcanzar el fervor, el
espíritu y la santidad de los grandes evangelizadores.
Es preciso
que nuestras comunidades parroquiales y religiosas salgan del conformismo y de
la espiritualidad de mínimos, hay que vivir con la tensión del fervor, de la
impaciencia evangélica, aguijoneados por el deseo de iluminar la vida del mundo
con el Evangelio de Jesús y la esperanza de la salvación de Dios. Tenemos que
acabar con el comodismo y los personalismos exhibicionistas. Tiene que soplar
el Espíritu, necesitamos levantar una ola de fervor y de entusiasmo evangélico.
Las Iglesias tibias, conformistas, afectadas por los aires de la
secularización, no serán nunca Iglesias misioneras” (Sebastián, F.,
Evangelizar, Encuentro, Madrid 2010, pp. 186-187). JSM
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