¿Mencionaré la multitud de los que debieron vagar en los desiertos y por las montañas, y que fueron cercenados por el hambre y la sed, el frío y la enfermedad, los ladrones y las bestias salvajes? Los sobrevivientes de todo esto son testigos de su elección y su victoria. Una circunstancia, sin embargo, voy a añadir como ilustración de estos hechos: hubo una persona de edad muy avanzada, de nombre Queremón, obispo del lugar llamado «Ciudad del Nilo» [hoy Dalas en Beni Suef, Egipto. NdT]. Huyó junto con un compañero a las montañas de Arabia, y nunca regresó. Los hermanos no pudieron descubrir nada de ellos, aunque hicieron búsquedas frecuentes; y no sólo no pudieron encontrar a estos hombres, sino tampoco sus cuerpos. Muchos también fueron llevados como esclavos por los bárbaros Sarracenos de las mismas montañas árabes. Algunos de ellos fueron rescatados con dificultad, y sólo mediante el pago de una gran suma de dinero, otros no han sido rescatados hasta hoy.
Y estos hechos los he contado, hermano, no por otro propósito, sino para que sepas cuántos y cuán terribles son los males que han caído sobre nosotros, que los problemas también se entienden mejor si se los ve en aquellos que han tenido más experiencia.
Ésta es la única mención antigua que tenemos a los santos mártires celebrados hoy, pero bien puede verse que la imposibilidad de conocer sus nombres y su número exacto no impide que deban ser legítimamente honrados por la Iglesia e invocados por todos nosotros, como aquellos que, en su anonimato, cumplieron hasta el fin el mandato de Cristo de morir para tener vida, y gozan ahora, en el cielo, de un nombre nuevo mucho más excelente que el que en este mundo se nos ha perdido.
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