Los fantasmas no existen. Pero a veces les damos tanta importancia, les
hacemos tanto caso, que un fantasma puede tener más ‘cuerpo’ y más ‘realidad’
que las cosas verdaderas y concretas que forman parte de nuestra vida.
Entre los fantasmas que nos rodean y agobian se encuentra un grupo muy
complejo, que tiene su origen en uno mismo o en quienes están a nuestro lado.
Se trata de ideas y aspiraciones nunca realizadas pero muy deseadas, de
imágenes que surgen de los sueños que tenemos de nosotros mismos, o de lo que
otros esperan de nuestra vida.
En cada ser humano conviven diversas maneras de valorar la propia vida,
que no siempre coinciden con la realidad. A veces vemos nuestro pasado de un
modo distorsionado. Otras veces son los demás quienes no llegan a captar
nuestra verdadera historia. Algo parecido
ocurre con el presente, con lo que somos y hacemos ahora. Una cosa es nuestra
realidad concreta, nuestro modo de ser, nuestras acciones de cada día, nuestra
vida familiar y profesional. Otra lo que yo desearía ser y lo que pienso ser, o
lo que otros esperan y desean de mí, lo que juzgan de mi vida.
Surgen así una serie de ‘fantasmas’ irreales que nos acompañan, que van
a nuestro lado. A veces esos fantasmas nos agobian, porque uno sueña volar más
alto de lo que realmente puede, o porque otros esperan de uno mucho más de lo
que puede realizar.
No hay que ver siempre a esos fantasmas como
algo negativo, pues en ocasiones se trata de ‘fantasmas buenos’, que estimulan
a una sana autosuperación porque nos sacan de nuestra pereza y nos lanzan a
buscar metas elevadas y asequibles. Conviene
profundizar en este fenómeno, pues con tantos fantasmas que giran a nuestro alrededor
podemos caer en frustraciones y amarguras profundas, en desalientos, o
simplemente en una actitud que nos impide apreciar la realidad en todas sus
riquezas y en todos sus límites.
Cada ser humano tiene cualidades e imperfecciones que forman parte de su
condición personal. A la vez, estamos abiertos a muchas opciones, desde una
libertad y una razón que analiza los hechos, que proyecta las decisiones, que
se apoya en las experiencias y conocimientos del pasado. Con esos límites y esas riquezas, estamos radicados en
una situación concreta: un cuerpo, una edad, una familia, un hogar, unos
títulos, un trabajo (o, por desgracia, el desempleo), unos amigos, un tiempo
para el descanso.
Esa situación concreta está acompañada, como vimos, por diversos ‘fantasmas’.
Muchos, no sé si la mayoría, se sienten descontentos de lo que viven y de lo
que hacen. Sus ‘fantasmas’, sus sueños y aspiraciones, les colocan en
coordenadas diferentes de las que ahora tienen. Desearían realizar otro
trabajo, tener otro esposo o esposa, incluso definirse con otras
características físicas y psicológicas. Esos fantasmas generan una profunda
insatisfacción interior y explican, por ejemplo, la existencia de páginas en
internet como las de ‘second life’ o parecidas. Hay
quien trabaja como técnico y sueña ser pintor. Hay quien da clases y desea
íntimamente ayudar en el mundo de la arquitectura. Hay quien ordena papeles en
una oficina y sería el hombre más feliz del mundo si trabajase como guarda
forestal.
Otras veces los fantasmas son, aparentemente, más ‘realistas’. Acepto mi
situación y mi trabajo, mi oficina o mi fábrica, pero sueño llegar a ser el
mejor, el más ordenado, el más eficaz, el más amable, el más realizador. Al ver la realidad, al constatar lo poco que hago, al
reconocer los continuos choques con los compañeros y los familiares, surge un
descontento profundo que amarga mi existencia y me hace sentir un pobre hombre,
incapaz de acometer nada interesante en la vida.
Junto a los fantasmas que uno mismo crea a su alrededor pululan, como ya
dijimos, fantasmas que proceden de los demás, lo cual ocurre de dos maneras
distintas. La primera, en lo que uno imagina que los demás esperan de él. Este
fantasma es, en buena parte, derivación del fantasma interior: veo que los
otros desean de mí cosas que, en el fondo, yo también desearía. O pienso que
los otros esperan y piden de mí mucho más de lo que realísticamente yo podría
ejecutar.
La segunda manera es objetiva: el fantasma externo es real, no un simple
resultado de lo que uno piensa que los demás piensan y piden de uno. La esposa
exige concretamente al esposo (o el esposo exige a la esposa) más orden en
casa, más limpieza en la ropa, más atención a los detalles, más cariño, más
bondad, más alegría, más rendimiento, un mejor sueldo... Ante tantos ‘fantasmas’ que nos rodean y acompañan,
vale la pena hacer un trabajo de discernimiento que ayude a distinguir entre
los sueños irrealizables y lo que son aspiraciones sanas que llevan a mejoras
concretas.
Los sueños irrealizables son eso: irrealizables. Soñar una y otra vez
con lo que no está a nuestro alcance genera frustraciones y cansancios, y lleva
al corazón a un descontento profundo ante la realidad concreta en la que se
desarrolla la propia vida. Por eso vale la
pena alejar de nosotros fantasmas que no sirven para nada y que pueden llegar a
hundir a las personas en una amargura absurda al envidiar lo que no tienen y
apartarse de las exigencias concretas de la situación que tienen realmente en
sus manos.
Lo que yo sueño de mí mismo, lo que los demás piden desmedidamente, no
puede ser nunca el parámetro para valorar mi vida ni para orientar mis
decisiones.
Pero tenemos a nuestro lado esos fantasmas
buenos, esas aspiraciones legítimas y sanas, que vienen tanto de uno mismo como
de los demás. Si los acogemos, si los analizamos serenamente, si nos
confrontamos con ellos de un modo realístico, seremos capaces de iniciar
caminos de superación personal y de avanzar así hacia metas concretas y
asequibles.
Así, el fantasma del perfeccionismo nos ayudará a poner más atención en
lo que hacemos y a mejorar nuestro rendimiento. El fantasma del hombre o de la
mujer, cariñosos endulzará un poco nuestro carácter y nos alejarán de los
reproches continuos con los que martirizamos a quienes viven a nuestro lado. El
fantasma de la jovialidad y del triunfo nos orientará a pensamientos positivos
y a trazar metas concretas y asequibles, que tanto gratifican el corazón y lo
llenan de esa sana alegría de viene de la conquista de un objetivo concreto.
Sobre todo, el fantasma del sano realismo nos llevará a asumir la propia
historia, con sus luces y con sus sombras, para desde la misma ver qué me pide
el presente, cuáles son las posibilidades que tengo abiertas ante mí, y cuáles
son las puertas cerradas que nunca podremos abatir.
Vale la pena colocarnos ante nosotros mismos con ese fantasma bueno del
realismo y ver, como enseñaba el gran psicólogo Viktor Frankl, qué me pide
ahora la vida (qué me piden mi corazón, el corazón de tantas personas amigas, y
el corazón del mismo Dios), en su horizonte concreto y desde la apertura de mi
inteligencia y de mi voluntad hacia el bien, la verdad y la belleza. FP
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