Esa peregrinación duró cerca de 50 años. Afirman las tradiciones que en ese tiempo vistió hábito benedictino, vivió cierto tiempo en la abadía de la Santísima Trinidad de Cava del Tirreni, y que visitó a san Guillermo de Vercelli en Montevergine. Después del largo peregrinar, el santo se estableció en Ariano Irpino hacia el 1110. Aquí Otón trabajó tres años en un hospital de peregrinos que él mismo había fundado, dando ejemplo de caridad, hasta que decidió retirarse a llevar vida eremítica, a cerca de un kilómetro y medio de la ciudad, en la iglesia de San Pedro Apóstol, que aun existe y se llama San Pedro de los Reclusos.
Adosada a la iglesia construyó una pequeña celda, y allí se recluyó. Realizó en el lugar muchos milagros, aumentó sus austeridades, prolongó sus vigilias de oración, disminuyó la comida y aumentó las penitencias. En la pequeña celda cavó una fosa para recordarse a sí mismo la muerte, como amonestación de llevar una vida santa. Después de diez años de esta vida, hacia el 1120, murió.
Los arianeses transportaron su cuerpo con toda solemnidad a la catedral, donde el obispo lo hizo enterrar con honor. El culto parece haber comenzado de manera inmediata y se le atribuyeron muchos milagros a lo largo del tiempo, incluso en 1520 se le hizo voto al santo para que la ciudad fuera librada de la peste, y afirman las narraciones que efectivamente ocurrió. El cuerpo fue trasladado a Benevento hacia el 1220, para evitar la profanación en las incursiones sarracenas.
El más hermoso monumento dedicado al santo es seguramente la estatua puesta en 1502 por el entonces obispo de Ariano, Nicolás de los Hipólitos, en un nicho de la fachada de la catedral donde se lee en latín: «Caiga a sus pies quien desee contemplar esta figura, porque es el patrono de la ciudad, el santo Otón».
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