Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
lunes, 31 de mayo de 2021
Canciones de la Renovación Carismática Católica...
Arcano - Señora, señora...
Si el corazón...
Miedo al rechazo...
Discípulos de san Justino, Santos
Aunque ya había habido antes algunos apologetas cristianos, los paganos conocían muy poco de las creencias y las prácticas de los discípulos de Cristo. Los primitivos cristianos, la mayor parte de los cuales eran hombres sencillos y poco instruidos, aceptaban tranquilamente las falsas interpretaciones para proteger los sagrados misterios contra la profanación. Pero Justino estaba convencido, por su propia experiencia, de que muchos paganos abrazarían el cristianismo, si se les presentaba en todo su esplendor. Por otra parte -citemos sus propias palabras- «tenemos la obligación de dar a conocer nuestra doctrina para no incurrir en la culpa y el castigo de los que pecan por ignorancia». Así pues, tanto en su enseñanza como en sus escritos, expuso claramente la fe y aun describió las ceremonias secretas de los cristianos. Ataviado con las vestimentas características de los filósofos, Justino recorrió varios países, discutiendo con los paganos, los herejes y los judíos, En Roma tuvo una argumentación pública con un cínico llamado Crescencio, en la que demostró la ignorancia y la mala fe de su adversario. Según parece, la aprehensión de Justino en su segundo viaje a Roma se debió al odio que le profesaba Crescencio. Justino confesó valientemente a Cristo y se negó a ofrecer sacrificios a los ídolos. El juez le condenó a ser decapitado. Con él murieron otros seis cristianos, una mujer y cinco hombres. Desconocemos le fecha exacta de la ejecución.
Los únicos escritos de Justino mártir que nos han llegado completos son las dos Apologías y el Diálogo con Trifón. La primera Apología, de la que la segunda no es más que un apéndice, está dedicada al emperador Antonino, a sus dos hijos, al senado y al pueblo romanos. En ella protesta Justino contra la condenación de los cristianos por razón de su religión o de falsas acusaciones. Después de demostrar que es injusto acusarles de ateísmo y de inmoralidad insiste en que no sólo no son un peligro para el Estado, sino que son ciudadanos pacíficos, cuya lealtad al emperador se basa en sus mismos principios religiosos. Hacia el fin, describe el apologeta el rito del bautismo y de la misa dominical, incluyendo el banquete eucarístico y la distribución de limosnas. El tercer libro de Justino es una defensa del cristianismo en contraste con el judaismo, bajo la forma de un diálogo con un judío llamado Trifón. Parece que san Ireneo utilizó un tratado de Justino contra la herejía.
Las actas del juicio y del martirio de san Justino son uno de los documentos más valiosos y auténticos que han llegado hasta nosotros. El prefecto romano, Rústico, ante el que comparecieron Justino y sus compañeros, los exhortó a someterse a los dioses y a obedecer a los emperadores. Justino replicó que no era un delito obedecer a la ley de Jesucristo:
Rústico: ¿En qué disciplina estás especializado?
Justino: Estudié primero todas las ramas de la filosofía; acabé por escoger la religión de Cristo, por desagradable que esto pueda ser para los que se hallan en el error.
Rústico: Pero, debes estar loco para haber escogido esa doctrina.
Justino: Soy cristiano porque en el cristianismo está la verdad.
Rústico: ¿En qué consiste exactamente la doctrina cristiana?
Justino le explicó que los cristianos creían en un solo Dios, creador de todas las cosas y que confesaban a su hijo, Jesucristo, anunciado por los profetas, quien había venido a salvar y juzgar a la humanidad. Rústico preguntó entonces dónde se reunían los cristianos.
Justino: Donde pueden. ¿Acaso crees que todos nos reunimos en el mismo sitio? No. El Dios de los cristianos no está limitado a un solo lugar; es invisible y se halla en todas partes, así en el cielo como en la tierra, de suerte que los cristianos pueden adorarle en todas partes.
Rústico: Está bien. Pero dime entonces, dónde te reuniste tú con tus discípulos.
Justino: Siempre me he hospedado en casa de un hombre llamado Martín, junto a los baños de Timoteo. Este es mi segundo viaje a Roma y nunca me he alojado en otra parte. Todos los que lo desean pueden ir a verme y oírme en casa de Martín.
Rústico: Así pues, ¿eres cristiano?
Justino: Sí, soy cristiano.
Después de preguntar a los otros si eran también cristianos, Rústico dijo a Justino:
Rústico: Dime, tú que eres elocuente y crees poseer la verdad, si yo te mando torturar y decapitar, ¿crees que irás al cielo?
Justino: Si sufro por Cristo todo lo que dices, espero recibir el premio prometido a quienes guardan sus mandamientos. Yo creo que todos los que cumplen sus mandamientos permanecen en gracia de Dios eternamente.
Rústico: ¿De suerte que crees que irás al cielo a recibir el premio?
Justino: No es una simple creencia, sino una certidumbre. No tengo la menor duda sobre ello.
Rústico: Está bien. Acércate y sacrifica a los dioses.
Justino: Ningún hombre sensato renuncia a la verdad por la mentira.
Rústico: Si no lo haces, te mandaré torturar sin misericordia.
Justino: Nada deseamos más que sufrir por nuestro Señor Jesucristo y salvarnos. Así podremos presentarnos con confianza ante el trono de nuestro Dios y Salvador para ser juzgados, cuando se acabe este mundo.
Los otros cristianos ratificaron cuanto había dicho Justino. El juez los sentenció a ser flagelados y decapitados. Los mártires murieron por Cristo en el sitio acostumbrado. Algunos de los fieles recogieron, en secreto, los cadáveres y les dieron sepultura, sostenidos por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Como es natural, existe una literatura muy abundante sobre un apologeta, cuya vida y escritos plantean tantos problemas. Recomendamos a este propósito la excelente bibliografía que da G. Bardy en su artículo Justin en DTC, vol. vm (1924), ce. 2228-2277. Fuera del hecho de su martirio, todo lo que sabemos acerca de San Justino se reduce a lo que él mismo nos cuenta en su «Diálogo con Trifón». San Ireneo, Eusebio y san Jerónimo, mencionan a san Justino, pero apenas añaden algún dato nuevo. El texto de las actas de su martirio se halla en Acta Sanctorum (junio, vol. I). En casi todas las colecciones modernas de actas de los mártires, se encuentran las actas de san Justino. Es curioso que en Roma no se conserve ninguna huella del culto a san Justino; su nombre no se halla ni en el calendario filocaliano ni en el Hieronymianum.
Tratamientos para sobrevivir a la infección de la COVID-19…
Coronavirus: Científicos argentinos avanzan en una vacuna de segunda generación…
Salud dental: Cómo cuidarla…
El uso de mascarillas ha aumentado la sequedad en la boca, lo que ayuda a que las bacterias y los virus se propaguen. La saliva sirve como barrera protectora y tiene componentes antimicrobianos que ayudan a combatir las bacterias. La disminución del flujo de saliva en la boca no solo genera mal aliento, sino que también puede afectar la salud en general.
Por ejemplo, pueden aumentar las caries dentales, ya que no hay suficiente saliva para eliminar las partículas de comida en nuestros dientes. Con las bacterias prosperando en presencia de azúcar, comenzarán a reproducirse a partir de las partículas de alimentos y causarán caries.
Otro problema posible son las encías inflamadas. La inflamación es la respuesta de nuestro sistema inmunológico al ataque de bacterias y virus. Nunca es una buena señal y puede significar que la abundancia de bacterias en nuestra boca está atacando las encías debido a la falta de componentes antimicrobianos de la saliva. Si no se trata, puede provocar una enfermedad periodontal.
Tratamientos:
Limpiezas dentales: para ayudar a eliminar la acumulación de placa en los dientes que causa caries y enfermedades de las encías.
Tratamientos para la enfermedad de las encías: para evitar que la bacteria se propague.
Resinas y restauraciones: cuando las bacterias han comenzado a dañar los dientes, hay que repararlos. Consultar al odontólogo de confianza.
Tres consejos:
Consumir caramelos ácidos sin azúcar que produzcan y generen saliva para la boca.
Hacer los controles más periódicos con el odontólogo.
Corroborar que el odontólogo tenga todos los elementos del protocolo.
Humo de Tercera Mano: la amenaza menos conocida…
Destinados a la Trinidad…
Las últimas palabras de Jesús a los apóstoles, instantes antes de ascender a los cielos, se refieren al bautismo. Son palabras que vienen a resumir toda su enseñanza; serían la esencia de la doctrina que vino a traer al mundo y la razón por la que tomó carne humana. Son, por otra parte, un mandato expreso a los que había escogido junto a Sí para esa misión; a los que había preparado para ella durante su vida pública. Es como si Jesús quisiera dejar clara la verdadera y única razón por la que difundir el Evangelio, y el por qué de la vida a la que conducen los mandamientos entregados a Moisés, que alcanzan su perfección última con sus enseñanzas, con el Evangelio.
En los pocos versículos de san Mateo que hoy contemplamos, podemos observar algunos detalles en las palabras del Señor que iluminan más aún la enseñanza central. Dice el evangelista que, algunos de los discípulos le adoraron, mientras otros dudaron. Nos viene a decir que la actitud que espera el Señor de sus apóstoles –en nuestros días como entonces– es de fe, es decir, de confianza en Él y de reconocimiento expreso de su divinidad: quienes difundamos el Evangelio hemos de hacerlo adorando, por reverencia a su petición y por amor.
Jesús impulsa a sus apóstoles a evangelizar a todos los pueblos. Toda la humanidad es, por tanto, destinataria del bautismo que nos constituye en hijos de Dios por Jesucristo. De todo hombre espera amor nuestro creador y Padre, con tal de que haya recibido el bautismo y, con este sacramento, la conveniente instrucción en el Evangelio. Grande es, por consiguiente, la responsabilidad de cuantos ya nos sabemos hijos de Dios. Tenemos, como dice un salmo, el mundo por heredad. Hemos de ver a nuestros semejantes, por lejanos que puedan estar física o moralmente, como candidatos al Reino de los Cielos. Y corre de nuestra cuenta animarlos, hasta que ellos mismos se sientan encendidos en deseos de difundir, junto a nosotros, el Reino de Dios. ¿Cómo?: como tratamos de atraer noblemente a nuestros conocidos y amigos a nuestra casa, a nuestro negocio, a nuestra diversión; como intentamos captar, incluso a quienes todavía no conocemos, para que apoyen las iniciativas nobles sociales, económicas, políticas, etc. que nos interesan.
Es ser y sentirse apóstoles: mujeres y hombres capacitados por su bautismo –y más por su confirmación– para extender, con el poder de Cristo, el reino de Dios en nuestro mundo: se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, id pues... Así dice Jesús a sus apóstoles, para que se sientan con confianza ante la tarea que les encomienda. Con confianza, porque será eficaz su esfuerzo –más incluso de lo que pueden prever– acrecentado con el poder de Cristo. Y esto también cuando parecen insuperables y objetivos los obstáculos o tenaz y perseverante la resistencia de personas a la gracia divina. Confianza que es a la vez seguridad en que, con ese mismo poder de Cristo, que ante todo vivifica al apóstol y hará eficaz su tarea, agrada también a Dios –le ama– a pesar de su debilidad.
Mas contemplemos hoy, aparte de la urgente responsabilidad apostólica, por ser el mismo Dios quien nos encomienda la misión, el contenido de la vida a que nos llama: de comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Ya sabemos que no tenemos capacidad para reconocer adecuadamente el don de Dios; que no podemos, por tanto, valorar sus designios de amor sobre el hombre como sería preciso en justicia. Nos esmeraremos, sin embargo, de todo corazón, en agradecer, corresponder y difundir esta Buena Nueva: que todo hombre tiene un lugar en el corazón de la Trinidad; que, según la expresión san Josemaría: la Trinidad se ha enamorado del hombre y, siendo erigidos en hijos de Dios, nos encomienda la más honrosa y noble de las tareas: ser difusores de su Amor entre los hombres y que el mundo adore a Dios.
Más de una vez podremos notar desazón o simple cansancio por el trabajo apostólico. Es el esfuerzo que fatiga al bogar contracorriente de una sociedad aburguesada, al hacer rectos –hacia Dios– los caminos retorcidos del egoísmo humano. Es notar incomprensión y hasta agresiva rebeldía, cuando sólo se pretende agradar gratuitamente y favorecer. Recordemos entonces a Nuestro Señor cansado, fatigado por el caminar de una ciudad a otra, con sed, como aquel día cerca de Sicar pidiendo de beber a la mujer samaritana o, tan agotado de toda jornada, que se duerme en la barca a pesar de la tempestad, y deben despertarle atemorizados los discípulos. Recordemos, en fin, a Nuestro Señor cargando con la Cruz camino del Gólgota, con tanto más amor por la humanidad cuanto mayor es el sufrimiento y la incomprensión que soporta.
No nos han de faltar las fuerzas ni la alegría en el servicio de Dios: sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, dijo Jesús a sus apóstoles, antes de ascender al Cielo y nos repite ahora a cada uno. Como tampoco nos faltará ni echaremos de menos el consuelo de Nuestra Madre, María, que ha de ser además nuestra más eficaz cómplice en las aventuras que emprendamos para que otros descubran la vida divina en la tierra. No hemos de tener miedo por sentirnos solos –casi los únicos, podríamos pensar– en la empresa sobrenatural de difundir el Evangelio. Ya sabemos, como advirtió el Señor, que son pocos los que pasan por la puerta angosta que conduce al Reino de los Cielos y muchos, en cambio, los que van a sus anchas por la puerta espaciosa que conduce a la perdición.
El cristiano, hoy como ayer, si es consecuente con su fe, se siente como el fermento entre la masa: con una enorme capacidad de transformación de su entorno, aunque cuantitativamente pueda pasar inadvertido. Su eficacia, como queda dicho, se debe a la vida de Dios que habita en Él, de la que vive; la misma que se siente llamado a difundir. Así actuaron los que formaban la primera comunidad cristiana en un mundo pagano y hostil a la fe. Y antes que ninguno la madre de Dios –Nuestra Madre–: hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo.