El 4 de mayo de 1535 los tres cartujos, el brigadino y el párroco de Isleworth, vestidos con sus hábitos religiosos fueron amarrados con sus esteras de dormir de la celda y arrastrados por las calles pedregosas y fangosas que van desde la torre de Londres, donde estaban prisioneros, hasta Tyburn, lugar que se hizo famoso por las ejecuciones. Desde la ventana de su celda el canciller Thomas Moro podía constatar, junto a su hija, que estaba de visita, la felicidad de estos santos hombres que se preparaban para ser los primeros mártires de esta nueva persecución.
Juan Houghton, prior de Londres, subió en primer lugar al patíbulo, y colaboró con el verdugo para ser colgado, mientras pronunciaba palabras de perdón y de fe en Dios. No había muerto aun asfixiado que uno de de los presentes cortó la cuerda y el padre cayó a tierra; el verdugo lo desnudó, y le abrió aun vivo las vísceras para poder mostrar el corazón al consejero del Rey. Siguió luego la ejecución de los otros cuatro; el último en morir fue Reynolds, después de haber alentado a sus compañeros sin desfallecer ni perder el ánimo al verlos descuartizar y esparcir sus miembros. Pero antes de la ejecución se dirigió a la multitud invitándola a rezar por el Rey, «de modo que el Rey, que al inicio de su gobierno reinó con sabiduría y piedad, como Salomón, no fuese como él en sus últimos años conducido por las mujeres a la ruina».
Los cuerpos fueron desmembrados y expuestos al pueblo para infundir terror a los «papistas», pero la Iglesia, que jamás olvida a sus servidores más fieles, los ha glorificado concediéndoles el honor de los altares.
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