Texto del Evangelio (Mt 23,13-22): En
aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis;
y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y,
cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ¡Ay
de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es
nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y
ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro?
Y también: ‘Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la
ofrenda que está sobre él, queda obligado’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la
ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el
altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el
Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo,
jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él».
«¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino
de los Cielos!»
Comentario: P. Raimondo M.
SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
Hoy, el Señor nos
quiere iluminar sobre un concepto que en sí mismo es elemental, pero que pocos
llegan a profundizar: guiar hacia un desastre no es guiar a la vida, sino a la
muerte. Quien enseña a morir o a matar a los demás no es un maestro de vida, sino
un ‘asesino’.
El Señor hoy está
—diríamos— de malhumor, está justamente enfadado con los guías que extravían al
prójimo y le quitan el gusto del vivir y, finalmente, la vida: «¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer
un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble
que vosotros!» (Mt 23,15).
Hay gente que
intenta de verdad entrar en el Reino de los cielos, y quitarle esta ilusión es
una culpa verdaderamente grave. Se han apoderado de las llaves de entrada, pero
para ellos representan un ‘juguete’, algo llamativo para tener colgado en el
cinturón y nada más. Los fariseos persiguen a los individuos, y les ‘dan caza’
para llevarlos a su propia convicción religiosa; no a la de Dios, sino a la
propia; con el fin de convertirlos no en hijos de Dios, sino del infierno. Su
orgullo no eleva al cielo, no conduce a la vida, sino a la perdición. ¡Qué
error tan grave!
«Guías —les dice
Jesús— ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello» (Mt 23,24). Todo está trocado, revuelto;
el Señor repetidamente ha intentado destapar las orejas y desvelar los ojos a
los fariseos, pero dice el profeta Zacarías: «Ellos no pusieron atención,
volvieron obstinadamente las espaldas y se taparon las orejas para no oír» (Za 7,11). Entonces, en el momento del
juicio, el juez emitirá una sentencia severa: «¡Jamás os conocí; apartaos de
mí, agentes de iniquidad!» (Mt 7,23).
No es suficiente saber más: hace falta saber la verdad y enseñarla con humilde
fidelidad. Acordémonos del dicho de un auténtico maestro de sabiduría, santo
Tomás de Aquino: «¡Mientras ensalzan su propia bravura, los soberbios envilecen
la excelencia de la verdad!».
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