Texto del Evangelio (Lc 14,1.7-14): Un sábado, habiendo ido a casa de uno de los
jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los
invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas
convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que
haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os
convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar
avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte
en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga:
‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que
estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el
que se humille, será ensalzado».
Dijo también
al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus
amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea
que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un
banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y
serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la
resurrección de los justos».
«Los invitados elegían
los primeros puestos»
Comentario: Rev. D. Enric PRAT i Jordana
(Sort, Lleida, España)
Hoy, Jesús nos da una lección
magistral: no busquéis el primer lugar: «Cuando seas convidado por alguien a
una boda, no te pongas en el primer puesto» (Lc
14,8). Jesucristo sabe que nos gusta ponernos en el primer lugar: en los
actos públicos, en las tertulias, en casa, en la mesa... Él conoce nuestra
tendencia a sobrevalorarnos por vanidad, o todavía peor, por orgullo mal
disimulado. ¡Estemos prevenidos con los honores!, ya que «el corazón queda
encadenado allí donde encuentra posibilidad de fruición» (San León Magno).
¿Quién nos ha dicho, en efecto,
que no hay colegas con más méritos o con más categoría personal? No se trata,
pues, del hecho esporádico, sino de la actitud asumida de tenernos por más
listos, los más importantes, los más cargados de méritos, los que tenemos más
razón; pretensión que supone una visión estrecha sobre nosotros mismos y sobre
lo que nos rodea. De hecho, Jesús nos invita a la práctica de la humildad
perfecta, que consiste en no juzgarnos ni juzgar a los demás, y a tomar
conciencia de nuestra insignificancia individual en el concierto global del
cosmos y de la vida.
Entonces, el Señor, nos propone
que, por precaución, elijamos el último sitio, porque, si bien desconocemos la
realidad íntima de los otros, sabemos muy bien que nosotros somos irrelevantes
en el gran espectáculo del universo. Por tanto, situarnos en el último lugar es
ir a lo seguro. No fuera caso que el Señor, que nos conoce a todos desde
nuestras intimidades, nos tuviese que decir: «‘Deja el sitio a éste’, y
entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto» (Lc 14,9).
En la misma línea de
pensamiento, el Maestro nos invita a ponernos con toda humildad al lado de los
preferidos de Dios: pobres, inválidos, cojos y ciegos, y a igualarnos con ellos
hasta encontrarnos en medio de quienes Dios ama con especial ternura, y a
superar toda repugnancia y vergüenza por compartir mesa y amistad con ellos.
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