Invita a los pobres.
Jesús
está comiendo invitado por uno de los principales fariseos de la región. Lucas
nos indica que los fariseos no dejan de espiarlo. Jesús, sin embargo, se siente
libre para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos e, incluso,
para sugerir al que lo ha convidado a quiénes ha de invitar en adelante.
Es
esta interpelación al anfitrión la que nos deja desconcertados. Con palabras
claras y sencillas, Jesús le indica cómo ha de actuar: «No invites a tus amigos
ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos». Pero, ¿hay algo
más legítimo y natural que estrechar lazos con las personas que nos quieren
bien? ¿No ha hecho Jesús lo mismo con Lázaro, Marta y María, sus amigos de Betania?
Al
mismo tiempo, Jesús le señala en quiénes ha de pensar: «Invita a los pobres,
lisiados, cojos y ciegos». Los pobres no tienen medios para corresponder a la
invitación. De los lisiados, cojos y ciegos, nada se puede esperar. Por eso, no
los invita nadie. ¿No es esto algo normal e inevitable?
Jesús
no rechaza el amor familiar ni las relaciones amistosas. Lo que no acepta es
que ellas sean siempre las relaciones prioritarias, privilegiadas y exclusivas.
A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano
y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de
ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales.
¿Es
posible vivir de manera desinteresada? ¿Se puede amar sin esperar nada a cambio?
Estamos tan lejos del Espíritu de Jesús que, a veces, hasta la amistad y el
amor familiar están mediatizados por el interés. No hemos de engañarnos. El
camino de la gratuidad es casi siempre duro y difícil. Es necesario aprender
cosas como éstas: dar sin esperar mucho, perdonar sin apenas exigir, ser más
pacientes con las personas poco agradables, ayudar pensando sólo en el bien del
otro.
Siempre
es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar de vez en cuando a
pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que vive necesitado, regalar
algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborar en
pequeños servicios gratuitos.
Jesús
se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: «Dichoso tú si no pueden
pagarte». Esta bienaventuranza ha quedado tan olvidada que muchos cristianos no
han oído hablar nunca de ella. Sin embargo, contiene un mensaje muy querido
para Jesús: “Dichosos los que viven para los demás sin recibir recompensa. El Padre
del cielo los recompensará”. JAP
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