Y
obviamente esto deriva de la intimidad con Dios, de la relación íntima que
nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos con el Padre. Y el Espíritu
Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don de la sabiduría. Cuando
estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurara
nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su predilección.
El
Espíritu Santo, entonces, hace «sabio» al cristiano. Esto, sin embargo, no en
el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que lo sabe todo, sino en
el sentido de que «sabe» de Dios, sabe cómo actúa Dios, conoce cuándo una cosa
es de Dios y cuándo no es de Dios; tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro
corazón. El corazón del hombre sabio en este sentido tiene el gusto y el sabor
de Dios. ¡Y cuán importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así!
Todo en ellos habla de Dios y se convierte en un signo vivo de su presencia y
de su amor.
Y
esto es algo que no podemos improvisar, que no podemos conseguir por nosotros
mismos: es un don que Dios da a quienes son dóciles al Espíritu Santo. Dentro
de nosotros, en nuestro corazón, tenemos al Espíritu Santo; podemos escucharlo,
podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña esta
senda de la sabiduría, nos regala la sabiduría que consiste en ver con los ojos
de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar
las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu
Santo, y todos nosotros podemos poseerla. Sólo tenemos que pedirla al Espíritu
Santo. FSG
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