Día litúrgico: Domingo XII (B) del T.O.
Texto del Evangelio (Lc 1,57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron
sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se
congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al
niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando
la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu
parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería
que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y
todos quedaron admirados.
Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba
bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña
de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan
en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la
mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió
en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
«El niño crecía y su espíritu se fortalecía»
Comentario: Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel (Barcelona,
España)
Hoy, celebramos
solemnemente el nacimiento del Bautista. San Juan es un hombre de grandes
contrastes: vive el silencio del desierto, pero desde allí mueve las masas y
las invita con voz convincente a la conversión; es humilde para reconocer que
él tan sólo es la voz, no la Palabra, pero no tiene pelos en la lengua y es
capaz de acusar y denunciar las injusticias incluso a los mismos reyes; invita
a sus discípulos a ir hacia Jesús, pero no rechaza conversar con el rey Herodes
mientras está en prisión. Silencioso y humilde, es también valiente y decidido
hasta derramar su sangre. ¡Juan Bautista es un gran hombre!, el mayor de los
nacidos de mujer, así lo elogiará Jesús; pero solamente es el precursor de
Cristo.
Quizás el secreto de
su grandeza está en su conciencia de saberse elegido por Dios; así lo expresa
el evangelista: «El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los
desiertos hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). Toda su niñez y
juventud estuvo marcada por la conciencia de su misión: dar testimonio; y lo
hace bautizando a Cristo en el Jordán, preparando para el Señor un pueblo bien
dispuesto y, al final de su vida, derramando su sangre en favor de la verdad. Con
nuestro conocimiento de Juan, podemos responder a la pregunta de sus
contemporáneos: «¿Qué será este niño?» (Lc 1,66).
Todos nosotros, por el
bautismo, hemos sido elegidos y enviados a dar testimonio del Señor. En un
ambiente de indiferencia, san Juan es modelo y ayuda para nosotros; san Agustín
nos dice: «Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a
Cristo. Aprovecha a Cristo, repito, no porqué tú le ofrezcas algo a Él, sino
para progresar tú en Él». En Juan, sus actitudes de Precursor, manifestadas en
su oración atenta al Espíritu, en su fortaleza y su humildad, nos ayudan a
abrir horizontes nuevos de santidad para nosotros y para nuestros hermanos.
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