Día litúrgico: Viernes XII (B) del T.O.
Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo
esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros,
que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que
soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no
te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los
cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las
llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo»
Comentario: + Mons. Pere TENA i Garriga Obispo
Auxiliar Emérito de Barcelona (Barcelona, España)
Hoy es un día
consagrado por el martirio de los apóstoles san Pedro y san Pablo. «Pedro,
primer predicador de la fe; Pablo, maestro esclarecido de la verdad»
(Prefacio). Hoy es un día para agradecer la fe apostólica, que es también la
nuestra, proclamada por estas dos columnas con su predicación. Es la fe que
vence al mundo, porque cree y anuncia que Jesús es el Hijo de Dios: «Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Las otras fiestas de los apóstoles san
Pedro y san Pablo miran a otros aspectos, pero hoy contemplamos aquello que
permite nombrarlos como «primeros predicadores del Evangelio» (Colecta): con su
martirio confirmaron su testimonio.
Su fe, y la fuerza
para el martirio, no les vinieron de su capacidad humana. No fue ningún hombre
de carne y sangre quien enseñó a Pedro quién era Jesús, sino la revelación del
Padre de los cielos (cf. Mt 16,17). Igualmente, el reconocimiento “de aquel que
él perseguía” como Jesús el Señor fue claramente, para Saulo, obra de la gracia
de Dios. En ambos casos, la libertad humana que pide el acto de fe se apoya en
la acción del Espíritu.
La fe de los apóstoles
es la fe de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Desde la confesión
de Pedro en Cesarea de Filipo, «cada día, en la Iglesia, Pedro continúa
diciendo: ‘¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!’» (San León Magno). Desde
entonces hasta nuestros días, una multitud de cristianos de todas las épocas,
edades, culturas, y de cualquier otra cosa que pueda establecer diferencias
entre los hombres, ha proclamado unánimemente la misma fe victoriosa.
Por el bautismo y la
confirmación estamos puestos en el camino del testimonio, esto es, del
martirio. Es necesario que estemos atentos al “laboratorio de la fe” que el Espíritu
realiza en nosotros (San Juan Pablo II), y que pidamos con humildad poder
experimentar la alegría de la fe de la Iglesia.
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