La festividad
de San Juan representa el pórtico de las fiestas que a lo largo del verano se
irán celebrando en nuestros pueblos.
Pero, ¿qué es
«hacer fiesta»? ¿Qué es lo que diferencia al día de fiesta de un día ordinario?
«¿Por qué unos días son mayores que otros si todo el año la luz nos viene del
sol?», se pregunta el libro del Eclesiástico.
Son bastantes
los que piensan que el hombre actual está perdiendo la capacidad de «celebrar
fiestas». Algunos llegan a hablar de una «civilización sin fiestas».
Cuando «la
actividad desnuda», el trabajo y la eficacia marcan el sistema de una sociedad
y nuestra vida entera, la fiesta queda como vacía de su contenido más hondo.
La fiesta se
convierte entonces en día «no laborable», día de vacación. Un tiempo en el que,
paradójicamente, hay que «trabajar» y esforzarse por conseguir una alegría que
de ordinario no hay en nuestra vida.
Entonces la
fiesta deja su lugar al espectáculo, el turismo, la huida de los viajes o la
ebriedad de «las salas de fiesta».
Pero la fiesta
es mucho más que una «suspensión del trabajo» o una distensión física. El
hombre es mucho más que un «animal laborable» o una máquina que necesita
recuperación.
Necesitamos
algo más que unas vacaciones que nos distraigan y nos hagan olvidar las
preocupaciones que tienen habitualmente nuestros días de trabajo. Algo que no
puede lograr «la industria del tiempo libre» por muchas fórmulas que invente
para llenar o, como se dice expresivamente, para «matar el tiempo».
Lo importante
es «vivir en fiesta» por dentro. Saber celebrar la vida. Abrirnos al regalo del
Creador. Despertar lo mejor que hay en nosotros y que queda oscurecido por el
olvido, la superficialidad, la actividad y el ritmo agitado de cada día.
Vivir con el
corazón abierto a ese Padre que da sentido y valor definitivo a nuestro vivir
diario. Sentirnos hermanos de los hombres y amigos de la creación entera. Dejar
hablar a nuestro Dios y gustar su presencia cariñosa en nuestra existencia.
Entonces la
fiesta se carga de un significado auténtico, se tiñe de una alegría que nada
tiene que ver con el goce del trabajo eficaz y bien realizado, nos regenera y
nos redime del hastío y el desgaste diario.
Quien no lo
haya descubierto seguirá confundiendo lamentablemente las vacaciones con la
fiesta, sencillamente porque es incapaz de «vivir en fiesta». JAP
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