Medita
lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando
Dios me llama a caminar por su sendero, es hermoso contemplar con cuánto amor
me quiere en Él. Me ha preparado una senda para mí, un camino rico en luchas,
en esfuerzos, en temores, derrotas, triunfos; un camino que en definitiva, no
debo nunca olvidarlo, es mi felicidad. No la meta solamente, no ciertos
momentos simplemente, sino cada paso, cada instante, hasta aquellos que se van mientras
duermo.
Si Dios
me mostrara, sin embargo, lo que habría de vivir, los dolores por sufrir, las
indecisiones, las incertidumbres y tantas cosas por las cuales padecer, quizá
temería andarlo y no en pocas ocasiones lo abandonaría. Pensaría que me faltan
las fuerzas, y que tal designio, tal cruz, en realidad, no es para mí. Y no
obstante Dios no se detiene en ofrecerme el camino para amarle y para amar a
los demás, a imitación de Cristo.
Tú,
Señor, no te detuviste ni siquiera al contemplar el monte en que vendrías a ser
crucificado. Tu mirada no se hallaba en la muerte, sino en la redención. Y
aunque temías la tortura, los escarnios de la gente, tu amor «encandilaba» los
dolores por los que pasarías. Si alguna vez las dudas te asechaban, te bastaba
contemplar a tus discípulos, contemplar a cada alma y mirarla con amor. Así era
tu corazón y nada lo detenía para continuar con su misión. Señor, si yo tengo
miedos, hoy quiero ponerlos nuevamente en Ti. Quizá no desaparecerán, pero al
menos están en tus manos. Quiero acoger mi vida, mi realidad presente como una
ocasión invaluable para agradarte. Hazme entender con la fe, que incluso entre
las espinas de la vida hay frutos bellos que jamás se marchitarán. Más aún: que
incluso los momentos que serían «dignos» de olvidar, pueden convertirse, con tu
gracia, en enseñanzas y experiencias para engrandecer el corazón y caminar
hacia la eternidad. Hoy pongo en tus manos mi corazón, para caminar mi vida
como Tú.
Reflexión
Si nos
pusiéramos a contar los sueños irrealizados, los proyectos personales sin
concluir, las ideas que no han tomado forma, llenaríamos muchas cajas.
El joven
que no concluye sus estudios, la chica que no se decide a formar un hogar, el
empresario que no se atreve con un negocio, el profesor que no se actualiza,
son ejemplos de personas que no llegan a realizarse en sus vidas.
Y tú,
¿quieres conseguir el ideal que te has propuesto en la vida? ¿Estás dispuesto a
pagar el impuesto que supone el sacrificio de luchar hasta lograr el
objetivo?
Gracias a
Dios, hay muchos hombres y mujeres que lo han conseguido antes que nosotros.
Inventores como Bell, científicos como Pasteur, santos como San Javier, pagaron
en su vida con el dinero justo, la moneda precisa.
Cristo
nos invita a dar lo necesario de nuestra parte, para no quedarnos a medias,
entre sueños e ilusiones, sino que nos ofrece el camino de su cruz, que es el
sacrificio, para llevar nuestro ideal de vida hasta el fin. CG
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