Juan envía a sus discípulos
Juan estaba preso en la fortaleza de Maqueronte.
Sus discípulos que sufren, no son indiferentes a los sucesos que se están
viviendo es Israel. Por eso “Informaron a Juan sus discípulos de todas estas
cosas. Y Juan llamó a dos de ellos, y los envió al Señor a preguntarle: ¿Eres
tú el que ha de venir o esperamos a otro? Presentándose aquellos hombres le
dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti a preguntarte: ¿Eres tú el que ha
de venir o esperamos a otro? En aquella misma hora curó a muchos de sus
enfermedades, de dolencias y de malos espíritus, y dio la vista a muchos
ciegos, les respondió diciendo: Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído:
los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,
los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado quien no
se escandalice de mí"(Lc).
Juan aprovecha la ocasión para que sus discípulos
reconozcan a Jesús como el Mesías. Él mismo ya se lo había mostrado como el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y algunos de los suyos siguieron
a Jesús. Siempre había dejado claro que él no era el Mesías. Ahora anima a los
suyos para que hagan a Cristo la pregunta decisiva: ¿Tú eres el Mesías?
Las obras hablan por sí mismas
Jesús contesta, poniendo delante de sus ojos los
milagros -que ya habían sido profetizados- como característicos de los nuevos
tiempos mesiánicos. Son libres de creer o no, de seguirle o no. Pero las obras
hablan por sí mismas. El grupo de los preparados con el bautismo de penitencia
se apresta para el gran paso de recibir al Mesías.
“Después de marcharse los enviados de Juan,
comenzó a decir a las muchedumbres acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el
desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre
vestido con ropas delicadas? Mirad, los que visten con lujo y viven entre
placeres están en palacios de reyes. ¿Qué habéis salido a ver? ¿Un profeta? Sí,
os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo
envío delante de ti mi mensajero, que vaya preparándote el camino. Os digo,
pues, que entre los nacidos de mujer nadie hay mayor que Juan; aunque el más
pequeño en el Reino de Dios es mayor que él. Y todo el pueblo y los publicanos,
habiéndole escuchado, reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo
de Juan. Pero los fariseos y los doctores de la Ley rechazaron el plan de Dios
sobre ellos, no habiendo sido bautizados por él"(Lc).
La manifestación de Jesús como Mesías
Y es a partir de este momento cuando va a ser más explícita
la manifestación de Jesús como Mesías. Es más, en esta segunda Pascua ya va a
dar señales más claras aún de su divinidad. No se trata de un reformador
religioso más o menos lúcido; Él es el mismo Mesías, el Hijo de Dios. Los
espíritus deben estar atentos a lo que va a suceder, y Juan Bautista ha sido el
mensajero anunciado por el profeta Malaquías para preparar el camino del Señor.
La embajada del Bautista también interesaba a sus discípulos, pues a pesar de
vivir una vida penitente con rechazo del pecado, no eran inmunes a las pequeñas
envidias: antes de que encarcelasen a Juan criticaban a los discípulos de
Jesús. Así lo cuenta Juan evangelista, que había sido discípulo de los dos: “Después
de esto fue Jesús con sus discípulos a la región de Judea, y allí convivía con
ellos y bautizaba. También Juan estaba bautizando en Ainón junto a Salín,
porque había allí mucha agua, y acudían a ser bautizados, pues aún no había
sido encarcelado Juan.
Juan llama a Jesús, el
Esposo
Se originó una discusión entre los discípulos de
Juan y un judío acerca de la purificación. Y fueron a Juan y le dijeron: Rabí,
el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio,
está bautizando y todos van a él. Respondió Juan: “No puede el hombre
apropiarse de nada si no le es dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos
de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él.
Esposo es el que tiene la esposa; el amigo del esposo, el que está presente y
le oye, se alegra mucho con la voz del esposo. Por esto mi gozo se ha colmado.
Es necesario que él crezca y que yo disminuya"(Jn).
Juan había llamado Esposo a Jesús. Todos sabían que
estas palabras, a la luz de la Escritura, son significativas porque Dios es el
Esposo de Israel, en la Alianza de amor que les une. Veladamente, señala quién
es Jesús, pero convenía un testimonio evidente, contundente. Con la embajada lo
va a conseguir.
La humildad de Juan
Juan era valiente, y verdaderamente humilde. No
busca la gloria propia, sino la gloria de Dios. No se siente humillado, porque
muchos le abandonen como Maestro y sigan a Jesús. No le considera una
competencia, sino que se sabe precursor, y su enseñanza revela bien el sentido
profundo de que su penitencia era verdadera humildad: “conviene que él
crezca y yo disminuya". El sentido del mensajero es ocultarse cuando
llega el hijo del rey. Juan puede decir con verdad que “El que viene de
arriba está sobre todos. El que es de la tierra, de la tierra es y de la tierra
habla. El que viene del Cielo está sobre todos, y da testimonio de lo que ha
visto y oído, pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio
confirma que Dios es veraz; pues aquél a quien Dios ha enviado habla las
palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y todo
lo ha puesto en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero quien
rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre
él"(Jn). En sus palabras se trasluce la voz del Padre, escuchada en el
momento del Bautismo de Jesús en el Jordán, hacia ahora año y medio.
Las profecías del nacimiento de Juan
Se estaban cumpliendo las profecías enunciadas en
el nacimiento del Bautista por su padre, Zacarías. Recordemos su nacimiento
extraordinario: “Hubo, en tiempos de Herodes, rey de Judea, un sacerdote
llamado Zacarías, de la familia de Abías, cuya mujer, descendiente de Aarón, se
llamaba Isabel. Ambos eran justos ante Dios, y caminaban intachables en todos
los mandamientos y preceptos del Señor; no tenían hijos, porque Isabel era
estéril y los dos de edad avanzada. Y sucedió que, al ejercer su ministerio
sacerdotal delante de Dios, cuando le tocaba el turno, le cayó en suerte, según
la costumbre del Sacerdocio, entrar en el Templo del Señor para ofrecer el
incienso; y toda la concurrencia del pueblo estaba fuera orando durante el
ofrecimiento del incienso. Se le apareció un ángel del Señor, de pie a la
derecha del altar del incienso. Y Zacarías se turbó al verlo y le invadió el
temor. Pero el ángel le dijo: No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido
escuchada, así que tu mujer Isabel te dará a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Juan. Será para tu gozo y alegría; y muchos se alegrarán en su
nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor, será
lleno del Espíritu Santo ya desde el vientre de su madre, y convertirá a muchos
de los hijos de Israel al Señor su Dios; e irá delante de Él con el espíritu y
el poder de Elías para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y
a los desobedientes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un
pueblo perfecto. Entonces Zacarías dijo al ángel: ¿Cómo podré yo estar cierto
de esto? pues ya soy viejo y mi mujer de edad avanzada. Y el ángel le
respondió: Yo soy Gabriel, que asisto ante el trono de Dios, y he sido enviado
para hablarte y darte esta buena nueva. Desde ahora, pues, te quedarás mudo y
no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no has creído
en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo. El pueblo estaba esperando, y se
extrañaba que Zacarías se demorase tanto en el Templo. Cuando salió, no podía
hablarles; y comprendieron que había tenido una visión en el Templo. El
intentaba explicarse por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se
cumplieron los días de su ministerio, se marchó a su casa. Después de estos
días Isabel, su mujer, concibió y se ocultaba durante cinco meses, diciéndose:
Así ha hecho conmigo el Señor, en estos días en los que se ha dignado borrar mi
oprobio entre los hombres".
Isabel acoge a María
María Santísima se enteró de estos hechos seis
meses después por boca del ángel Gabriel, y acudió a visitar a Isabel para
ayudarla en el parto. Isabel la acogió con gran alegría; y convivieron tres
meses hasta que nació el niño. Zacarías recuperó el habla porque tuvo fe en la
intervención de Dios, y el Espíritu Santo habló por su boca anunciando qué
tenía previsto Dios para aquel niño que de adulto será Juan Bautista.
Entre tanto llegó a Isabel el tiempo del parto, y
dio a luz un hijo. Y oyeron sus vecinos y parientes la gran misericordia que el
Señor le había mostrado, y se congratulaban con ella. El día octavo fueron a
circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre Zacarías. Pero su
madre dijo: De ninguna manera, sino que se ha de llamar Juan. Y le dijeron: No
hay nadie en tu familia que se llame con este nombre. Al mismo tiempo
preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Y él, pidiendo
una tablilla, escribió: Juan es su nombre. Lo cual llenó a todos de admiración.
En aquel momento recobró el habla, se soltó su lengua, y hablaba bendiciendo a
Dios. Y se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban estos
acontecimientos por toda la montaña de Judea; y cuantos los oían los grababan
en su corazón, diciendo: ¿Qué pensáis ha de ser este niño? Porque la mano del
Señor estaba con él.
Y Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu
Santo y profetizó diciendo:
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha
visitado y redimido a su pueblo, y ha suscitado para nosotros el poder salvador
en la casa de David su siervo, como lo había anunciado desde antiguo por boca
de sus santos profetas; para salvarnos de nuestros enemigos y de la mano de
cuantos nos odian: ejerciendo su misericordia con nuestros padres, y
acordándose de su santa alianza, y del juramento que hizo a Abraham, nuestro
padre, para concedernos que, libres de la mano de los enemigos, le sirvamos sin
temor, con santidad y justicia en su presencia todos los días de nuestra vida. Y
tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo: porque irás delante del Señor a preparar
sus caminos, enseñando a su pueblo la salvación para el perdón de sus pecados; por
las entrañas de misericordia de nuestro Dios, el Sol naciente nos visitará
desde lo alto, para iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombra de
muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Mientras tanto, el niño iba creciendo y se
fortalecía en el espíritu, y habitaba en el desierto hasta el tiempo en que
debía darse a conocer a Israel"(Lc).
Juan correspondió libremente al querer de Dios, y
fue profeta del Altísimo anunciando los caminos misericordiosos de Dios. Juan
era la voz y Jesús era la Palabra que salva al mundo. EC
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