Martirologio Romano: En
diversos lugares de la diócesis de Lleida (Lérida), España, Beatos Mariano
Alcalá Pérez y 18 compañeros de la Orden de la Bienaventurada Virgen de las Mercedes,
asesinados por odio a la fe. († 1936-37)
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el
pontificado de S.S. Francisco.
Pedro Esteban Hernández nació en Híjar, Teruel, el
27 de junio de 1869, de Isidro y María, familia de los Sidricos, que lo
bautizaron al día siguiente.
Ingresó de veinte años en El Olivar para clérigo,
pero, porque le costaban los estudios y se le hacían cuesta arriba los latines,
declinó a hermano laico, vistiendo el hábito el 19 de abril de 1890, de manos
del padre Pedro José Ferrada, ante el padre Florencio Nualart. Profesó los
votos temporales el 27 de abril de 1891, ante los padres Ferrada, Ramón Prat y
Luís Caputo; y los solemnes, el 27 de abril de 1894, ante los padres Luís Prat,
Mariano Flores y Domingo Aymeric. Fue testigo de la profesión de fray Manuel
Gargallo Sancho el 6 de enero de 1905. Se dice de fray Pedro que era
observante, humilde, obediente, trabajador, puntual en el coro y los actos
comunitarios, gustoso de lecturas espirituales, amante de las cosas de la
comunidad; que componía gravedad con jovialidad, afabilidad y respeto; que
contagiaba alegría a cuantos le trataban.
Pero la grandeza de fray Pedro se cifra en que supo
conjugar lo humano y lo divino, conllevar el ser patrón y amigo, hallar a Dios
en los rastrojos y en coro. Porque el suyo fue en un ministerio harto
dificultoso, cuarenta y cinco años al frente de la explotación agrícola de El
Olivar. Requiere harta sabiduría; cuándo labrar, qué sembrar, cómo coger la
sazón; hallar el momento de podar, de segar, de sulfatar, de llevar la oliva a
la almazara.
De su incumbencia eran las caballerías, su
adquisición, su reproducción, su rendimiento; experimentando lo que era estar
en trance de muerte hasta tres veces en un solo año, 1924. Pues el 2 de mayo le
atizó un par de coces un mulo guito; el 27 de agosto se cayó del carro por
delante, yendo agarrado a las varas más de cien metros; el 23 de septiembre un
auto le espantó la mula, que le pasó por encima sin hacerle daño. Cada suceso
era celebrado por la comunidad con himnos de gratitud al Señor y a la Virgen,
que tan milagrosamente tutelaban la vida de fray Pedro.
Tenía particular destreza con los mostos, para
elaborar buenos tintos o claretes, esmerar caldos generosos, sacar el mejor
vino de celebrar para todas las parroquias de la contornada, mimar la madre de
las cubas seculares. Además era hábil levantando paredes, remendando muros,
adaptando cuadras.
Era muy servicial con todos los religiosos, que
gustosamente escuchaban sus jugosos coloquios y sus reflexiones espirituales.
Su vida íntegra le daba mucha autoridad sobre los jóvenes de la comunidad, que
oían con atención sus exhortaciones sobre la santísima Virgen y sobre el
cultivo de la pureza.
Era sumiso a los superiores, que le hallaban
imprescindible para el manejo de las fincas, por eso estuvo toda su vida
religiosa en El Olivar, saliendo una sola vez, que yo sepa, a Barcelona;
mandado por el provincial el 17 de agosto de 1934 para sustituir a fray
Benjamín Arnáiz, enfermo, y supongo, para que conociera la ciudad.
Se manejaba divinamente a criados, braceros,
segadores, vendimiadores. Claro que siempre era el primero en emprender la
labor, y el último en buscar la sombra. Ponía humanidad, recompensaba con
generosidad, se prodigaba con los que pasaban estrecheces y les instruía en las
verdades de la fe cristiana. Sabía obsequiar un trago de buen vino.
Feliz venía realizando su trabajo al servicio de
una comunidad que en aquel momento contaba con setenta miembros, cuando se
desencadenó la locura de julio de 1936. Si alguno se merecía el martirio
-asevera el padre Bienvenido Lahoz- era él; dedicó toda su juventud a Dios, fue
muy laborioso, edificante para los seglares que se le acercaban, muy buen
fraile; pudo salvarse de la muerte, pero no quiso dejar a fray Antonio Lahoz.
Martirio de Fray Pedro Esteban Hernández y de Fray
Antonio Lahoz Gan
Fray Pedro y fray Antonio fueron de los últimos en
abandonar El Olivar, saliendo con el grupo del padre Francisco Gargallo.
Estando emboscados en la Codoñera, el padre Comendador les autorizó para irse
para su pueblo, Híjar, el 5 de agosto. Pasando por el Tormagal, comieron algo,
obsequiados por los molineros; a media tarde pasaron por Crivillén declinando
la merienda que les ofrecieron, porque iban deprisa, pasaron por la era de
Manuela Estopañán para despedirse, fray Antonio le regaló un rosario hecho de
huesos de oliva. Iban tristes y se despidieron llorando. A primera hora de la
noche llegaron a los Mases de Crivillén encontrándose con el grupo del padre
Gargallo, pero tomaron otro rumbo. Tras algunas jornadas de andar por los
montes, llegaron a Burillo, dándose a conocer; pidieron comida y rogaron que
avisaran a sus familias. Dijeron que habían salido del convento porque los
querían matar.
Enterados los familiares de fray Pedro, vino su
resobrino Pascual Lázaro Esteban para trasladarlos a La Chumilla, aposentándose
en una caseta de campo. La familia les traía víveres; ellos leían sus libritos
de devoción, rezaban el rosario, y sin recatarse conversaban con los campesinos
y aún les ayudaban en las tareas del campo. Lo tenían claro: Venimos a cumplir
la voluntad de Dios, y a venga lo que Dios quiera. Estamos dispuestos a recibir
el martirio.
La familia y otros vecinos, mirando por su
salvación, intentaron organizar su huída a la zona nacional y hasta anduvieron
un trecho los dos frailes, pero se volvieron porque era de cobardes huir de la
muerte, y porque es muy grande y muy glorioso ser mártires. La verdad es que
fray Antonio andaba muy mal, por anciano y desmejorado, y fray Pedro desistió
de dejarlo solo.
Una noche de primeros de septiembre, sobre las cero
horas, llegaron Luís Pina y cuatro milicianos, conducidos por el chofer José
Beltrán, que se mantuvo al margen. Uno de los asesinos abrió la puerta y vio
delante a fray Pedro que le ofreció el pecho, diciendo no tengo miedo, ¡viva
Cristo rey! Fray Antonio estaba a su lado. Sacaron a los dos hermanos fuera de
la choza –especifica el atestado- les hicieron una descarga y dejando a la
víctima allí regresaron al pueblo. Luís Pina se jactaría luego ante sus
compinches: Chicos, ayer matamos a dos frailes, y al primer tiro que le tiré a
uno se le saltaron todas las tripas.
Antonio Montañés y El Alpargatero, traídos por
Beltrán, al día siguiente los enterraron. Pasó luego un vecino, vio la tierra
reciente del hoyo en que fueron sepultados y un charco de sangre aún fresca,
con la que escribió en el dintel: Aquí han caído dos mártires.
El 25 de noviembre de 1938 fueron exhumados los
cadáveres y, por Alloza y Crivillén, los llevaron a El Olivar, donde el 28, al
medio día, fueron sepultados. Unas cien personas vieron los esqueletos que se
conservaban enteros con la piel pegada a los huesos y las ropas mostrando los
agujeros de las balas.
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