Ascesis, renuncia, sacrificio, disciplina... Son palabras muy difíciles
de entender en la sociedad actual.
Lo importante es disfrutar de la vida al máximo, ahora mismo, sin
límites. Gozar de todo placer. No detenerse ante nada. Poseer siempre más. No
perdernos nada que nos apetezca.
¿Cómo pueden resonar en nuestra sociedad las palabras de Jesús: «Mirad,
el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el
evangelio, la salvará»?
Antes de nada, hemos de entender bien la llamada de Jesús. No se trata
de renunciar a esta vida terrena para alcanzar un día la del cielo. No se trata
de menospreciar los valores materiales para alcanzar los bienes espirituales.
Elegir entre esta vida o la vida futura.
Lo que se le pide al discípulo es entender su vida en términos de
entrega y no de posesión. Apostar por el amor y la solidaridad, y no por el
egoísmo y el acaparamiento.
Las palabras de Jesús son tajantes. Quien quiera «salvar» su
tranquilidad, su cuenta corriente, su vida privada, sus intereses..., al margen
del evangelio, destruirá su vida para siempre. Se echará a perder como hombre,
pues está prescindiendo del amor.
Por el contrario, quien sepa «perder» dinero, tiempo, comodidad,
tranquilidad..., por vivir el espíritu del evangelio, salvará su vida.
Alcanzará la plenitud de la vida, pues su existencia se alimenta del amor.
Este planteamiento de Jesús puede parecernos desconcertante pero nos
está indicando el verdadero camino de nuestra salvación.
Erich Fromm nos ha mostrado cómo los hombres y mujeres de
nuestra época viven obsesionados por «liberarse de» ataduras,
dependencias, compromisos y servidumbres. Pero, luego no saben qué hacer con
esa libertad. No aciertan a «liberarse para» nada grande y constructivo.
Quieren «salvarse» y terminan «perdiéndose» en el vacío, la superficialidad y
la total ausencia de un proyecto de vida enriquecedor.
Por el camino del goce ilimitado y el egoísmo obsesivo nos echamos a
perder. Vamos perdiendo la capacidad de amar y crear vida.
Necesitarnos aprender a «perder nuestra vida por el evangelio».
Descubrir de nuevo la alegría de una ascesis creativa, abierta a la
solidaridad.
Debemos aprender a renunciar a muchos placeres para descubrir «el
placer», para muchos insospechado, de vivir sencillamente amando de manera
gratuita y desinteresada. Un placer que también hoy es posible. JAP
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