Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y
poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a
proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el
camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada
uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí.
En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo
de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los
pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.
«Convocando Jesús a los Doce, les dio
autoridad y poder sobre todos los demonios,
y para curar enfermedades»
y para curar enfermedades»
Comentario: Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala (Sant
Hipòlit de Voltregà, Barcelona, España)
Hoy vivimos unos
tiempos en que nuevas enfermedades mentales alcanzan difusiones insospechadas,
como nunca había habido en el curso de la historia. El ritmo de vida actual
impone estrés a las personas, carrera para consumir y aparentar más que el
vecino, todo ello aliñado con unas fuertes dosis de individualismo, que
construyen una persona aislada del resto de los mortales. Esta soledad a la que
muchos se ven obligados por conveniencias sociales, por la presión laboral, por
convenciones esclavizantes, hace que muchos sucumban a la depresión, las
neurosis, las histerias, las esquizofrenias u otros desequilibrios que marcan
profundamente el futuro de aquella persona.
«Convocando Jesús a
los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar
enfermedades» (Lc 9,1). Males, estos, que podemos identificar en el mismo
Evangelio como enfermedades mentales.
El encuentro con
Cristo, que es la Persona completa y realizada, aporta un equilibrio y una paz
que son capaces de serenar los ánimos y de hacer reencontrar a la persona con
ella misma, aportándole claridad y luz en su vida, bueno para instruir y
enseñar, educar a los jóvenes y a los mayores, y encaminar a las personas por
el camino de la vida, aquélla que nunca se ha de marchitar.
Los Apóstoles
«recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva» (Lc 9,6). Es ésta también
nuestra misión: vivir y meditar el Evangelio, la misma palabra de Jesús, a fin
de dejarla penetrar en nuestro interior. Así, poco a poco, podremos encontrar
el camino a seguir y la libertad a realizar. Como ha escrito San Juan Pablo II,
«la paz ha de realizarse en la verdad (...); ha de hacerse en la libertad».
Que sea el mismo
Jesucristo, que nos ha llamado a la fe y a la felicidad eterna, quien nos llene
de su esperanza y amor, Él que nos ha dado una nueva vida y un futuro
inagotable.
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