Sacerdote,
28 de Septiembre
Martirologio Romano: En Madrid, España, san Simón de Rojas, presbítero de la Orden de la
Santísima Trinidad, para la redención de cautivos, que, acompañando el séquito
de la reina de España, nunca viajó en carroza ni percibió sueldo, sino más
bien, entre regios fastos, siempre se mostró humilde, pobre, misericordioso
hacia los necesitados y fervorosamente devoto para con Dios (1624).
Fecha de canonización: El Papa Clemente XIII lo
beatificó el 19 de mayo de 1766, y el Papa Juan Pablo II lo inscribió en el
catálogo de los santos el 3 de julio de 1988.
San Simón de Rojas, trinitario, nació en Valladolid
(España), el 28 de octubre de 1552. A los doce años, ingresó en el convento
trinitario de su ciudad natal, en el que hizo la profesión religiosa el 28 de
octubre de 1572. Cursó los estudios en la universidad de Salamanca entre 1573 y
1579. Enseñó filosofía y teología en Toledo desde el año 1581 hasta el 1587. A
partir de 1588, hasta su muerte, ejerció con grande prudencia el oficio de
superior en varios conventos. En el mismo periodo, fue enviado como Visitador
Apostólico a su Provincia de Castilla, en dos ocasiones, y a la de Andalucía,
en una. El 14 de abril de 1612 fundó la Congregación de los Esclavos del
Dulcísimo Nombre de María. En 1619 fue nombrado Preceptor de los Infantes de
España. El 12 de mayo de 1621 fue elegido como confesor de la Reina Isabel de
Borbón. Murió el 29 de septiembre de 1624.
Su canonización dentro de las celebraciones de
1988, Año Mariano, recompensa dignamente a quien, por su tierna devoción a
María, Lope de Vega llegó a equiparar con San Bernardo de Claraval y con San
Ildefonso de Toledo. Fue su madre, la virtuosa Constanza, quien imprimió e hizo
germinar en el alma de Simón el amor a María. El culto que Constanza, junto con
su marido, Gregorio, tributaba constantemente a la Santísima Virgen, explica el
porqué Simón, cuando pronunció sus primeras palabras, a los 14 meses de edad,
siendo de pequeño algo retardado y balbuciente, dijese: “Ave, María”. No hacía
otra cosa que repetir la plegaria tan frecuentemente recitada por sus padres.
Su mayor gozo era el visitar los santuarios
marianos, orar a María, imitar sus virtudes, cantar sus alabanzas, resaltar la
importancia de la Santísima Virgen en el misterio de Dios y de la Iglesia. A
través de profundos estudios teológicos, comprendió cada vez mejor la misión de
María en la salvación del género humano y la santificación de la Iglesia. Vivió
sus votos religiosos con el estilo de María. Pensaba que para ser todo de Dios,
como Ella, era necesario hacerse esclavos suyos, o mejor, esclavos de Dios en
María. Fue por ello por lo que fundó la Congregación de Esclavos del Dulcísimo
Nombre de María, para la mayor gloria de la Trinidad y la alabanza de la
Virgen, al servicio de los pobres. Para él, ser esclavo de María quería decir
pertenencia total a Ella: Totus tuus, para unirse más íntimamente a Cristo y en
él, por el Espíritu, al Padre.
La Congregación por él fundada era de carácter
laical. A ella podían adherirse personas de todo rango social. Los inscritos,
entre los que figuraban el rey y sus hijos, se obligaban a honrar a María,
asistiendo maternalmente a sus hijos predilectos: los pobres. Esta obra
subsiste todavía hoy en España. Simón de Rojas, que era considerado uno de los
más grandes contemplativos de su tiempo, y que en la obra La oración y sus
grandezas demuestra ser un gran formador de almas de oración, quería que a la
dimensión contemplativa se uniese la activa, las obras de misericordia. Fiel al
carisma trinitario, promovió redenciones de esclavos, remedió numerosísimas
necesidades de los pobres, consoló enfermos, desheredados y marginados de todo
tipo. Cuando recibió encargos en la Corte, puso como condición para aceptarlos
el poder seguir ocupándose de sus pobres, a los que ayudaba de muchas maneras,
siempre con alegría a cualquier hora del día o de la noche.
Son numerosísimas las expresiones de su amor a
María. Los pintores que han inmortalizado su figura, ponen siempre en sus
labios el saludo “Ave, María”, por él pronunciado con tanta frecuencia que
familiarmente era llamado “el Padre Ave María”. Hizo imprimir millares de
estampas de la Virgen Santísima con la inscripción “Ave, María”, estampas que
enviaba también al extranjero. Hizo confeccionar rosarios con 72 cuentas azules
sobre cordón blanco, símbolo de la Asunción y de la Inmaculada, como recuerdo
de los 72 años que, según la creencia de la época, había vivido la Virgen, y
los difundió por doquier. Valiéndose de su influencia en la Corte, hizo que se
esculpiese con letras de oro sobre la fachada del Palacio Real de Madrid el
saludo angélico que él tanto amaba: “Ave, María”. El 5 de junio de 1622, pidió
a la Santa Sede la aprobación de un texto litúrgico por él compuesto en honor
del Dulcísimo Nombre de María, texto que más tarde el Papa Inocencio XI
extendió a toda la Iglesia.
Las honras fúnebres que se le tributaron a su
muerte, acaecida el 29 de septiembre de 1624, asumieron el aspecto de una
canonización anticipada. Durante 12 días, los más famosos oradores de Madrid
exaltaron sus virtudes y santidad. Impresionado por la veneración unánime que
se le rendía, el Nuncio del Papa, algunos días después de su muerte, el 8 de
octubre siguiente, ordenó que se iniciasen los procesos, en vista a su
glorificación por parte de la Iglesia.
Reconocida la heroicidad de sus virtudes por
Clemente XII, el 25 de marzo de 1735, fue beatificado por Clemente XIII, el 19
de mayo de 1766. Y el 3 de julio de 1988, el Papa Juan Pablo II inscribió en el
Catálogo de los Santos a este gran siervo de María y padre de los pobres.
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