A nadie le
gusta que le engañen, decía Platón, y eso es una prueba más de que existen la
verdad y la falsedad.
Luchar por
encontrar la verdad es un instinto connatural a todo ser humano. La grandeza
del hombre radica en que podemos decidirnos por la verdad y por el bien, y así
construir nuestra vida a la luz de la sabiduría y la libertad.
El
cristianismo irrumpió en la historia hace veinte siglos. La fe cristiana
establecía una sólida conexión entre la verdad y el bien, que se reclamaban y
apoyaban mutuamente. Además, defendía al débil frente al poderoso, pues
proclamaba que todos los hombres tienen el mismo derecho a la verdad, que
tienen igual libertad y dignidad. Mostraba al corazón humano sus esperanzas y
posibilidades de bondad. Impulsaba a cada hombre a esclarecer la verdad, que no
es propiedad de nadie, sino que es superior a todos e ilumina la vida de todos.
Animaba a no tener miedo a la razón, ni a la verdad, provenga de donde
provenga. Es cierto que el misterio que rodea a la fe desborda la capacidad del
hombre. Pero eso no significa que no podamos reconocerlo, ni que todos los
acercamientos a ese misterio sean igualmente válidos, ni que no haya en la
historia signos claros de su presencia, ni que las acciones del hombre sean
todas igualmente buenas o malas. AA
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