Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos pasaban por Galilea, pero
Él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía:
«El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los
tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía
y temían preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les
preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el
camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a
los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y
el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le
estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi
nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel
que me ha enviado».
«El Hijo del hombre será entregado
(...); le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará»
Comentario: Rev. D. Pedro-José YNARAJA i
Díaz (El Montanyà, Barcelona, España)
Hoy, nos cuenta el
Evangelio que Jesús marchaba con sus discípulos, sorteando poblaciones, por una
gran llanura. Para conocerse, nada mejor que caminar y viajar en compañía.
Surge entonces con facilidad la confidencia. Y la confidencia es confianza. Y
la confianza es comunicar amor. El amor deslumbra y asombra al descubrirnos el
misterio que se alberga en lo más íntimo del corazón humano. Con emoción, el
Maestro habla a sus discípulos del misterio que roe su interior. Unas veces es
ilusión; otras, al pensarlo, siente miedo; la mayoría de las veces sabe que no
le entenderán. Pero ellos son sus amigos, todo lo que recibió del Padre debe
comunicárselo y hasta ahora así ha venido haciéndolo. No le entienden pero
sintonizan con la emoción con que les habla, que es aprecio, prueba de que
ellos cuentan con Él, aunque sean tan poca cosa, para lograr que sus proyectos
tengan éxito. Será entregado, lo matarán, pero resucitará a los tres días (cf.
Mc 9,31).
Muerte y resurrección.
Para unos serán conceptos enigmáticos; para otros, axiomas inaceptables. Él ha
venido a revelarlo, a gritar que ha llegado la suerte gozosa para el género
humano, aunque para que así sea le tocará a Él, el amigo, el hermano mayor, el
Hijo del Padre, pasar por crueles sufrimientos. Pero, ¡Oh triste paradoja!:
mientras vive esta tragedia interior, ellos discuten sobre quien subirá más
alto en el podio de los campeones, cuando llegue el final de la carrera hacia
su Reino. ¿Obramos nosotros de manera diferente? Quien esté libre de ambición,
que tire la primera piedra.
Jesús proclama nuevos
valores. Lo importante no es triunfar, sino servir; así lo demostrará el día
culminante de su quehacer evangelizador lavándoles los pies. La grandeza no
está en la erudición del sabio, sino en la ingenuidad del niño. «Aun cuando
supieras de memoria la Biblia entera y las sentencias de todos los filósofos,
¿de qué te serviría todo eso sin caridad y gracia de Dios?» (Tomás de Kempis).
Saludando al sabio satisfacemos nuestra vanidad, abrazando al pequeñuelo
estrujamos a Dios y de Él nos contagiamos, divinizándonos.
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