Texto del Evangelio (Mc 10,35-45): En aquel tiempo, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercan
a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos». Él
les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?». Ellos le respondieron: «Concédenos
que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús
les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o
ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?». Ellos le
dijeron: «Sí, podemos». Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la
beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser
bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el
concederlo, sino que es para quienes está preparado».
Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse
contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son
tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus
grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino
que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y
el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco
el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos».
«El que quiera llegar a ser grande
entre vosotros, será vuestro servidor»
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, nuevamente, Jesús
trastoca nuestros esquemas. Provocadas por Santiago y Juan, han llegado hasta
nosotros estas palabras llenas de autenticidad: «Tampoco el Hijo del hombre ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida» (Mc 10,45).
¡Cómo nos gusta estar
bien servidos! Pensemos, por ejemplo, en lo agradable que nos resulta la
eficacia, puntualidad y pulcritud de los servicios públicos; o nuestras quejas
cuando, después de haber pagado un servicio, no recibimos lo que esperábamos.
Jesucristo nos enseña con su ejemplo. Él no sólo es servidor de la voluntad del
Padre, que incluye nuestra redención, ¡sino que además paga! Y el precio de
nuestro rescate es su Sangre, en la que hemos recibido la salvación de nuestros
pecados. ¡Gran paradoja ésta, que nunca llegaremos a entender! Él, el gran rey,
el Hijo de David, el que había de venir en nombre del Señor, «se despojó de su
grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres (…)
haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Fl 2,7-8). ¡Qué
expresivas son las representaciones de Cristo vestido como un Rey clavado en
cruz! En Cataluña tenemos muchas y reciben el nombre de “Santa Majestad”. A
modo de catequesis, contemplamos cómo servir es reinar, y cómo el ejercicio de
cualquier autoridad ha de ser siempre un servicio.
Jesús trastoca de tal
manera las categorías de este mundo que también resitúa el sentido de la
actividad humana. No es mejor el encargo que más brilla, sino el que realizamos
más identificados con Jesucristo-siervo, con mayor Amor a Dios y a los
hermanos. Si de veras creemos que «nadie tiene amor más grande que quien da la
vida por sus amigos» (Jn 15,13), entonces también nos esforzaremos en ofrecer
un servicio de calidad humana y de competencia profesional con nuestro trabajo,
lleno de un profundo sentido cristiano de servicio. Como decía la Madre Teresa
de Calcuta: «El fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el
fruto del servicio es la paz».
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