Texto del Evangelio (Lc 9,51-56): Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se
afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que
fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no
le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos
Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo
y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.
«Volviéndose, les reprendió»
Comentario: Rev. D. Llucià POU i
Sabater (Granada, España)
Hoy, en el Evangelio,
contemplamos cómo «Santiago y Juan, dijeron: ‘Señor, ¿quieres que digamos que
baje fuego del cielo y los consuma?’. Pero volviéndose, les reprendió» (Lc
9,54-55). Son defectos de los Apóstoles, que el Señor corrige.
Cuenta la historia de
un aguador de la India que, en los extremos de un palo que colgaba en sus
espaldas, llevaba dos vasijas: una era perfecta y la otra estaba agrietada, y
perdía agua. Ésta —triste— miraba a la otra tan perfecta, y avergonzada un día
dijo al amo que se sentía miserable porque a causa de sus grietas le daba sólo
la mitad del agua que podía ganar con su venta. El trajinante le contestó: —Cuando
volvamos a casa mira las flores que crecen a lo largo del camino. Y se fijó:
eran flores bellísimas, pero viendo que volvía a perder la mitad del agua,
repitió: —No sirvo, lo hago todo mal. El cargador le respondió: —¿Te has fijado
en que las flores sólo crecen a tu lado del camino? Yo ya conocía tus fisuras y
quise sacar a relucir el lado positivo de ellas, sembrando semilla de flores
por donde pasas y regándolas puedo recoger estas flores para el altar de la
Virgen María. Si no fueses como eres, no habría sido posible crear esta
belleza.
Todos, de alguna
manera, somos vasijas agrietadas, pero Dios conoce bien a sus hijos y nos da la
posibilidad de aprovechar las fisuras-defectos para alguna cosa buena. Y así el
apóstol Juan —que hoy quiere destruir—, con la corrección del Señor se
convierte en el apóstol del amor en sus cartas. No se desanimó con las
correcciones, sino que aprovechó el lado positivo de su carácter fogoso —el
apasionamiento— para ponerlo al servicio del amor. Que nosotros también sepamos
aprovechar las correcciones, las contrariedades —sufrimiento, fracaso,
limitaciones— para “comenzar y recomenzar”, tal como san Josemaría definía la
santidad: dóciles al Espíritu Santo para convertirnos a Dios y ser instrumentos
suyos.
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