Los signos de desesperanza no son siempre del todo visibles,
pues la falta de esperanza puede disfrazarse de optimismo superficial,
activismo ciego o secreto pasotismo.
Por otra parte, son bastantes los que no reconocen sentir
miedo, aburrimiento, soledad o desesperanza porque, según el modelo social
vigente, se supone que un hombre que triunfa en la vida, no puede sentirse
solo, aburrido o temeroso. Erich Fromm, con su habitual perspicacia, ha
señalado que el hombre contemporáneo está tratando de librarse de algunas
represiones como la sexual, pero se ve obligado a «reprimir tanto el miedo y la
duda como la depresión, el aburrimiento y la falta de esperanza».
Otras veces nos defendemos de nuestro «vacío de esperanza»
sumergiéndonos en la actividad. No soportamos estar sin hacer nada. Necesitamos
estar ocupados en algo para no enfrentarnos a nuestro futuro.
Pero la pregunta es inevitable: ¿Qué nos espera después de
tantos esfuerzos, luchas, ilusiones y sinsabores? ¿No tenemos otro objetivo
sino producir cada vez más, disfrutar cada vez mejor lo producido y consumir
más y más, hasta ser consumidos por nuestra propia caducidad?
El ser humano necesita una esperanza para vivir. Una
esperanza que no sea «una envoltura para la resignación», como la de aquellos
que se las arreglan para organizarse una vida lo bastante tolerable como para
aguantar la aventura de cada día. Una esperanza que no debe confundirse tampoco
con una espera pasiva, que solo es, con frecuencia, «una forma disfrazada de
desesperanza e impotencia» (Erich Fromm).
El hombre necesita en su corazón una esperanza que se
mantenga viva, aunque otras pequeñas esperanzas se vean malogradas e incluso
completamente destruidas.
Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en
sus palabras, que «no pasarán». No esperamos algo ilusorio. Nuestra esperanza
se apoya en el hecho inconmovible de la resurrección de Jesús. Desde Cristo
resucitado nos atrevemos a ver la vida presente en «estado de gestación», como
germen de una vida que alcanzará su plenitud final en Dios. JAP
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