Son muchos los que nunca han tomado en sus manos los
evangelios. Acostumbrados a escuchar en la Iglesia algunos pasajes, no se les
pasa por la cabeza que también ellos podrían leer personalmente las palabras de
Jesús y conocer su actuación. Quedan así privados de una de las experiencias
más importantes para alimentar su fe. ¿Es difícil leer el evangelio? ¿Se
necesita alguna preparación especial?
Lo importante es abrir los evangelios, convencido de que
Jesús tiene algo que decir a mi vida. Sus palabras pueden dar un sentido nuevo
a todo. Ese evangelio leído y releído con fe puede transformar mi estilo de
vivir. Ahí encontraré luz y fuerza para enfrentarme a la vida de manera más
humana.
Hay muchas formas de leer el evangelio. Algunos lo hacen para
defender mejor sus propias posiciones y atacar con más contundencia a sus
adversarios. Otros buscan normas seguras para saber a qué atenerse. Solo
acierta el que busca encontrarse sinceramente con la persona de Cristo. Es él
quien puede transformar nuestra vida.
Esta postura de búsqueda es esencial. Quien lo sabe ya todo y
todo lo tiene claro, nunca aprenderá del Maestro de Nazaret; los que se sienten
propietarios satisfechos de su fe permanecen por lo general impermeables a su
palabra. El evangelio es para quienes andan buscando. Estoy convencido de que
solo lo descubren los que se sienten mal, los que se saben pecadores, los que
necesitan luz, los que buscan a Dios. El evangelio hay que leerlo sin prisas, dedicándole tiempo.
El encuentro con una persona no se produce mirando al reloj. Se necesita calma
y sosiego. No hemos de tener prisa alguna por acabar un pasaje. No se trata de
leer un libro para ver lo que dice, sino de escuchar a una persona que puede
iluminar mi existencia con luz nueva.
Hay muchos métodos para iniciarse en la lectura de los
evangelios. El más sencillo y práctico es leer despacio un relato observando
qué dice y qué hace Jesús. Sus palabras y su actuación me irán descubriendo
cuál es la manera más acertada de vivir ante Dios y ante los demás. Conviene
detenerse en cada momento para hacerse preguntas como éstas: ¿Qué me enseña
Jesús con esto? ¿Cómo he de entender ahora mi vida? ¿A qué le tengo que dar
importancia? En adelante, ¿dónde encontraré fuerzas para vivir?
Me encuentro con frecuencia con personas decepcionadas por
ciertas actuaciones de la Iglesia. Cristianos que buscan sinceramente más
verdad. Gentes necesitadas de comprensión y de esperanza. Todos ellos se
encontrarían en el evangelio con Alguien diferente. Podrían comprobar por
experiencia lo que un día proclamó el mismo Jesús: «El cielo y la tierra
pasarán, mis palabras no pasarán.» JAP
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