Texto del Evangelio (Lc 11,29-32): En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, Jesús comenzó a decir:
«Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará
otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los
ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del
Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los
condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de
Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el
Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la
predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás».
«Así como Jonás fue señal para los ninivitas, así
lo será el Hijo del hombre para esta generación»
Comentario: Fr. Roger J. LANDRY (Hyannis, Massachusetts,
Estados Unidos)
Hoy, Jesús nos dice que la señal que dará a la
“generación malvada” será Él mismo, como la “señal de Jonás” (cf. Lc 11,30). De
la misma manera que Jonás dejó que lo arrojaran por la borda para calmar la
tempestad que amenazaba con hundirlos —y, así, salvar la vida de la
tripulación—, de igual modo permitió Jesús que le arrojasen por la borda para
calmar las tempestades del pecado que hacen peligrar nuestras vidas. Y, de
igual forma que Jonás pasó tres días en el vientre de la ballena antes de que
ésta lo vomitara sano y salvo a tierra, así Jesús pasaría tres días en el seno
de la tierra antes de abandonar la tumba (cf. Mt 12,40).
La señal que Jesús dará a los “malvados” de cada
generación es su muerte y resurrección. Su muerte, aceptada libremente, es la
señal del increíble amor de Dios por nosotros: Jesús dio su vida para salvar la
nuestra. Y su resurrección de entre los muertos es la señal de su divino poder.
Se trata de la señal más poderosa y conmovedora jamás dada.
Pero, además, Jesús es también la señal de Jonás en
otro sentido. Jonás fue un icono y un medio de conversión. Cuando en su
predicación «dentro de cuarenta días Nínive será destruida» (Jon 3,4) advierte
a los ninivitas paganos, éstos se convierten, pues todos ellos —desde el rey
hasta niños y animales— se cubren con arpillera y cenizas. Durante estos
cuarenta días de Cuaresma, tenemos a alguien “mucho más grande que Jonás” (cf.
Lc 11,32) predicando la conversión a todos nosotros: el propio Jesús. Por
tanto, nuestra conversión debiera ser igualmente exhaustiva.
«Pues Jonás era un sirviente», escribe san Juan
Crisóstomo en la persona de Jesucristo, «pero yo soy el Maestro; y él fue
arrojado por la ballena, pero yo resucité de entre los muertos; y él proclamaba
la destrucción, pero yo he venido a predicar la Buena Nueva y el Reino».
La semana pasada, el Miércoles de Ceniza, nos
cubrimos con ceniza, y cada uno escuchó las palabras de la primera homilía de
Jesucristo, «Arrepiéntete y cree en el Evangelio» (cf. Mc 1,15). La pregunta
que debemos hacernos es: —¿Hemos respondido ya con una profunda conversión como
la de los ninivitas y abrazado aquel Evangelio?
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