Una de las
partes que más me impacta del relato de La Pasión y Muerte de Nuestro Señor
Jesucristo es el momento en que a Jesús lo prenden, cuando sus discípulos huyen,
antes de las negaciones de Pedro. Pero más específicamente, la siguiente parte:
“Pedro
le seguía de lejos” Mateo 36,58
¡Pedro le
seguía de lejos! ¡Qué fuerte! Después de esto lo negó tres veces. Y ¿cómo no?
Si le seguía de lejos…
Mirando hacia
atrás en sus vidas, más de uno de ustedes se ha hecho alguna de estas preguntas
(o parecidas a éstas) en cualquier ocasión: ¿Desde cuándo me volví así de
indiferente? ¿En qué momento me dejé engordar tanto? ¿Cuándo se dañó tal o cual
amistad? ¿En qué momento se enfrió nuestra relación (novio, amigos, familia,
etc.)? Y la más importante… ¿En qué momento me alejé tanto de Dios?
La respuesta a
esta última pregunta es: en el momento en que, al igual
que Pedro, le empezaste a seguir de lejos. Y ¿sabes
por qué? Porque en la distancia que permitiste que se diera entre tú y Cristo
cabe cualquier cosa. Nada de lo anterior pasa de un momento a otro, todo viene
sucediendo, solo que nos damos cuenta cuando ya hemos llegado al límite.
¿Por qué de repente empezamos a seguir a Cristo de lejos?
Pueden existir
muchas razones, entre ellas:
·
Porque
no estamos dispuestos a identificarnos completamente con Él.
·
Por
respeto humano (miedo al “qué dirán”).
·
Por
no estar dispuestos a renunciar a cosas del mundo que no son compatibles con Dios.
·
Porque
no hemos renovado ese primer amor.
·
Por
el desánimo.
·
Por
la soberbia que produce desesperanza por “no entender las cosas de Dios”.
·
Porque
hemos estado ocupados con los quehaceres de la vida, no tenemos tiempo.
Si bien
existirán muchas más razones, quiero hacer énfasis en esta última: no hay
tiempo, estoy ocupado(a), lo he dejado pasar…
Por esta razón
he querido escribir de la anorexia espiritual. Todo empieza por una dieta de
oración, de sacramentos, de actos de piedad, de servicio… Una dieta que poco a
poco va debilitando el alma, pues no está recibiendo su alimento. Una dieta que
se potencializa con la prisa del día a día y las preocupaciones que invaden
nuestra mente. Una dieta que al final puede convertirse en lo que yo llamo la
anorexia espiritual.
Cuando esto
sucede ya no hay fuerzas para nada: para rezar, para identificar los millones
de detalles que Dios tiene a diario con nosotros, para amar… Y es inevitable,
pues desde hace un tiempo no te has alimentado. ¿Cómo te van a quedar fuerzas,
ánimos, ilusiones?
Ojo con
enfriarnos. Como dice un muy buen amigo: la mediocridad es una lepra que
consume el alma… Estamos en la capacidad de alzar bandera roja cuando nos
sintamos así. Y ¿sabes qué? Dios es el primer interesado en mandarnos
rescatistas, no uno, sino los que sean necesarios. Él nos invitó a seguirle de
cerca. Venimos de Él y estamos hechos para volver a Él. Cristo lucha a cada
instante por ganar un espacio en nuestra vida para así llegar a lo que siempre
ha soñado: mantener una relación íntima con cada uno de nosotros. Una relación
que no es intermitente, que no tiene “peros”, que no varía según mi estado de
ánimo… Una relación y una entrega total, porque es lo mínimo que Él se merece,
y porque es lo único que nos va a llenar en plenitud.
¡No te
conformes! ¡No te acomodes en tu vida espiritual! Todo empieza por una
distancia pequeña, y después podremos llegar a negarle, como le pasó a Pedro.
“El ataque
tiene muchas más probabilidades de éxito cuando el mundo interior del hombre es
gris, frío y vacío… De hecho, el camino más seguro hacia el Infierno es el
gradual” – C.S Lewis, Cartas del Diablo a su sobrino.
Puede
costarnos muchos años construir una vida espiritual y solo basta un instante
para echarla a perder. Por eso es necesario cuidarla como el tesoro más grande,
aquél que, como decía San Pablo, llevamos en vasijas de barro.
“Si los pulmones de
la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida
espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los
días. La oración es la respiración del alma y de la vida” – Benedicto XVI. VV
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