Texto del Evangelio (Lc 5,27-32): En aquel tiempo, Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví,
sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo,
se levantó y le siguió. Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un
gran número de publicanos, y de otros que estaban a la mesa con ellos. Los
fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis
y bebéis con los publicanos y pecadores?». Les respondió Jesús: «No necesitan
médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a
conversión a justos, sino a pecadores».
«No he venido a llamar a conversión a
justos, sino a pecadores»
Comentario: Rev. D. Joan Carles MONTSERRAT i
Pulido (Cerdanyola del Vallès, Barcelona, España)
Hoy vemos cómo avanza
la Cuaresma y la intensidad de la conversión a la que el Señor nos llama. La
figura del apóstol y evangelista Mateo es muy representativa de quienes podemos
llegar a pensar que, por causa de nuestro historial, o por los pecados
personales o situaciones complicadas, es difícil que el Señor se fije en
nosotros para colaborar con Él.
Pues bien, Jesucristo,
para sacarnos toda duda nos pone como primer evangelista el cobrador de
impuestos Leví, a quien le dice sin más: «Sígueme» (Lc 5,27). Con él hace
exactamente lo contrario de lo que una mentalidad “prudente” pudiera considerar
si quisiéramos aparentar ser “políticamente correctos”. Leví —en cambio— venía
de un mundo donde padecía el rechazo de todos sus compatriotas, ya que se le
consideraba, sólo por el hecho de ser publicano, colaboracionista de los
romanos y, posiblemente, defraudador por las “comisiones”, el que ahogaba a los
pobres para cobrarles los impuestos, en fin, un pecador público.
A los que se
consideraban perfectos no se les podía pasar por la cabeza que Jesús no
solamente le llamara a seguirlo, sino ni tan sólo a sentarse en la misma mesa.
Pero con esta actitud
de escogerlo, Nuestro Señor Jesucristo nos dice que más bien es este tipo de
gente de quien le gusta servirse para extender su Reino; ha escogido a los
malvados, a los pecadores, a los que no se creen justos: «Para confundir a los
fuertes, ha escogido a los que son débiles a los ojos del mundo» (1Cor 1,27).
Son éstos los que necesitan al médico, y sobre todo, ellos son los que
entenderán que los otros lo necesiten.
Hemos de huir, pues,
de pensar que Dios quiere expedientes limpios e inmaculados para servirle. Este
expediente sólo lo preparó para Nuestra Madre. Pero para nosotros, sujetos de
la salvación de Dios y protagonistas de la Cuaresma, Dios quiere un corazón
contrito y humillado. Precisamente, «Dios te ha escogido débil para darte su
propio poder» (San Agustín). Éste es el tipo de gente que, como dice el
salmista, Dios no menosprecia.
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