Mártir, 01
de Abril
Fecha de beatificación: 20 de noviembre de 2005, por el
Papa Juan Pablo II, como parte de un grupo formado por él y otros 8 mártires
mexicanos.
Nació en Ahualulco, Jalisco, el 28 de septiembre de
1899. Fue el quinto de once hermanos. Recibió el bautismo el 17 de octubre de
ese año, imponiéndole el nombre de Jorge Ramón, aunque durante su vida utilizó
sólo el primero. Siendo niño, su familia se trasladó a Guadalajara. Como muchos
jóvenes católicos en México, Jorge participó de los anhelos y de las
inquietudes de quienes sufrían el flagelo de la persecución religiosa; ejemplos
en su familia no faltaban, en especial el de su íntegra y piadosa madre.
Durante la persecución religiosa, en 1926, siendo
Jorge empleado de la Compañía hidroeléctrica, su hogar sirvió de refugio a
muchos sacerdotes perseguidos, entre otros, el padre Lino Aguirre, quien sería
luego obispo de Culiacán, Sinaloa, de quien Jorge fue custodio y compañero de
correrías. A finales de marzo de 1927, los Vargas González recibieron en su
hogar al proscrito líder Anacleto González Flores, columna de la resistencia
católica de Jalisco y sus alrededores; la familia conocía de sobra lo que podía
costar su acción.
En ese lugar los sorprendió la celada del 1 de
abril. Todos, hombres, mujeres y niños, entre vejaciones y sobresaltos, fueron
aprehendidos por el jefe de la policía de Guadalajara. Un mismo calabozo sirvió
para alojar a tres de los Vargas González: Florentino, Jorge y Ramón; su
crimen, haber alojado a un católico perseguido.
Horas después encerraron en una celda contigua a
Luis Padilla Gómez y a Anacleto González Flores. Se lamentó luego de no poder
recibir la Comunión, siendo ese día viernes primero, pero su hermano Ramón le
reconvino: ‘No temas, si morimos, nuestra sangre lavará nuestras culpas’. La
entereza de ánimo de los hermanos se mantuvo, charlando con desenfado antes de
ser ejecutados. Por una orden de último momento, uno de los tres hermanos,
Florentino, fue separado del resto.
Antecedió a la muerte de Jorge algún tipo de
tormento, pues su cadáver presentó un hombro dislocado, contusiones y huellas
de dolor en el semblante; lo cierto es que llegada la hora, con un crucifijo en
la mano, y esta junto al pecho, el siervo de Dios recibió la descarga del
batallón, que ejecutó la sentencia. Durante el sepelio, cuando la madre de las
víctimas estrechó en sus brazos a Florentino, le dijo: ‘¡Ay, hijo! ¡Qué cerca
estuvo de ti la corona del martirio!; debes ser más bueno para merecerla’; el
padre, por su parte, al enterarse cómo y por qué murieron, exclamó: ‘Ahora sé
que no es el pésame lo que deben darme, sino felicitarme porque tengo la dicha
de tener dos hijos mártires’.
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