Texto del Evangelio (Mt 5,20-26): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os digo que, si vuestra
justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el
Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y
aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se
encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su
hermano “imbécil”, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será
reo de la gehena de fuego.
»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te
acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda
allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego
vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario
mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez
y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de
allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».
«Si vuestra justicia no es mayor que
la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos»
Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant
Quirze del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, Jesús nos llama a
ir más allá del legalismo: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la
de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 5,20).
La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para garantizar la convivencia;
pero el cristiano, instruido por Jesucristo y lleno del Espíritu Santo, ha de
procurar superar este mínimo para llegar al máximo posible del amor. Los
maestros de la Ley y los fariseos eran cumplidores estrictos de los
mandamientos; al repasar nuestra vida, ¿quién de nosotros podría decir lo
mismo? Vayamos con cuidado, por tanto, para no menospreciar su vivencia
religiosa. Lo que hoy nos enseña Jesús es a no creernos seguros por el hecho de
cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar méritos a
Dios, como hacían los maestros de la Ley y los fariseos. Más bien debemos poner
el énfasis en el amor a Dios y los hermanos, amor que nos hará ir más allá de
la fría Ley y a reconocer humildemente nuestras faltas en una conversión
sincera.
Hay quien dice: ‘Yo
soy bueno porque no robo, ni mato, ni hago mal a nadie’; pero Jesús nos dice
que esto no es suficiente, porque hay otras formas de robar y matar. Podemos
matar las ilusiones de otro, podemos menospreciar al prójimo, anularlo o
dejarlo marginado, le podemos guardar rencor; y todo esto también es matar, no
con una muerte física, pero sí con una muerte moral y espiritual. A lo largo de
la vida, podemos encontrar muchos adversarios, pero el peor de todos es uno
mismo cuando se aparta del camino del Evangelio. Por esto, en la búsqueda de la
reconciliación con los hermanos hemos de estar primero reconciliados con
nosotros mismos. Nos dice san Agustín: «Mientras seas adversario de ti mismo,
la Palabra de Dios será adversaria tuya. Hazte amigo de ti mismo y te habrás
reconciliado con ella».
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