Texto del
Evangelio (Jn 3,16-21): En aquel
tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque
Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree,
ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el
juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas
que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece
la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que
obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están
hechas según Dios».
«Vino la luz al mundo»
Comentario:
Fr. Damien LIN Yuanheng (Singapore, Singapur)
Hoy, ante la miríada de opiniones que plantea la
vida moderna, puede parecer que la verdad ya no existe —la verdad acerca de
Dios, la verdad sobre los temas relativos al género humano, la verdad sobre el matrimonio,
las verdades morales y, en última instancia, la verdad sobre mí mismo.
El pasaje del Evangelio de hoy identifica a
Jesucristo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Sin Jesús sólo encontramos desolación, falsedad y
muerte. Sólo hay un camino, y sólo uno que lleve al Cielo, que se llama
Jesucristo.
Cristo no es una opinión más. Jesucristo es la
auténtica Verdad. Negar la verdad es como insistir en cerrar los ojos ante la
luz del Sol. Tanto si le gusta como si no, el Sol siempre estará ahí; pero el
infeliz ha escogido libremente cerrar sus ojos ante el Sol de la verdad. De
igual forma, muchos se consumen en sus carreras con una tremenda fuerza de
voluntad y exigen emplear todo su potencial, olvidando que tan solo pueden
alcanzar la verdad acerca de sí mismos caminando junto a Jesucristo.
Por otra parte, según Benedicto XVI, «cada uno
encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para
realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y,
aceptando esta verdad, se hace libre (cf.
Jn 8,32)» (Encíclica ‘Caritas in
Veritate’). La verdad de cada uno es una llamada a convertirse en el hijo o
la hija de Dios en la Casa Celestial: «Porque ésta es la voluntad de Dios: tu
santificación» (1Tes 4,3). Dios quiere
hijos e hijas libres, no esclavos.
En realidad, el ‘yo’ perfecto es un proyecto
común entre Dios y yo. Cuando buscamos la santidad, empezamos a reflejar la
verdad de Dios en nuestras vidas. El Papa lo dijo de una forma hermosísima:
«Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios» (Exhortación apostólica ‘Verbum Domini’).
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