Mártires, 19 de
Abril
Elogio: En la
provincia romana de África, san Mapálico, mártir, que durante la persecución
desencadenada bajo el emperador Decio, movido de piedad hacia su familia pidió
que se concediese la paz eclesiástica a su madre y a su hermana, que habían
abjurado, tras lo cual, conducido ante el tribunal, fue coronado por el
martirio. Con él perecieron muchos otros santos mártires que confesaron
igualmente a Cristo, entre ellos Baso, en una cantera; Fortunio, en la cárcel;
Pablo, en el mismo tribunal; Fortunata, Victorino, Víctor, Heremio, Crédula,
Hereda, Donato, Firme, Venusto, Frutos, Julia, Marcial y Aristón, muertos por
hambre en prisión.
El testimonio
sobre estos mártires, en especial acerca del cabeza de grupo, Mapálico,
proviene de las cartas de san Cipriano de Cartago, mártir él mismo ocho años
después, y de quien nos queda el conmovedor y sincero testimonio de su pasión.
El santo exhorta
a los cristianos a mantenerse firmes en la confesión de la fe en medio de las
pruebas, y lo hace acudiendo a ejemplos recientes y que da por conocidos. Uno
de esos ejemplos es precisamente el de Mapálico y sus compañeros, a quienes
cita en tres ocasiones, extendiéndose en el caso: en la carta 8, en la 21 y en
la 22, las tres auténticas, por lo que tenemos un testimonio, no sólo
autorizado, sino también inusualmente cercano a los hechos. El grupo dio su
martirio en el año 250, en la persecución del emperador Decio, una de las más
devastadoras, sólo superada por la de Diocleciano, cincuenta años más tarde.
En la carta 8
Cipriano se detiene específicamente en la pasión del propio Mapálico, y de cómo
el santo, a las puertas de la muerte, alentaba a los demás y en medio de los
tormentos, movido por el Espíritu Santo, ofreció al procónsul que vería la
respuesta del cielo al día siguiente; efectivamente, nos dice Cipriano, el
cielo confirmó al día siguiente que lo recibía en la gloria, posiblemente con
algún prodigio sobre el que la carta no se extiende. En la carta 21 menciona la
lista de los compañeros del santo, tal como la reproduce el elogio del
Martirologio Romano.
En la 22
cuenta el episodio de que Mapálico intercedió por su madre y hermana, tal como
señala el elogio, pero la cuestión no es meramente anecdótica sino que se
inscribe en el problema de los ‘lapsi’, los que abjuraban de la fe frente al
martirio, que era el problema candente en época de Cipriano. En la
Iglesia de los dos primeros siglos había prevalecido la interpretación de que
una vez que una persona era bautizada, si abjuraba de la fe (por ejemplo, por
ceder ante las torturas a las que eran sometidos los cristianos en
persecución), ya no había posibilidad de pedir el reingreso en la fe, se era
réprobo para toda la eternidad.
Sin embargo,
no todos aceptaban esta interpretación rigurosa, y el problema de los que
abjuraban de la fe y querían volver -que dividió verdaderamente a la Iglesia,
como lo muestra la historia de san Ceferino y san Hipólito- ocupó el primer
plano de los debates del siglo III. Gracias a ello, a escritos como los de San
Cipriano, a ejemplos como los de san Mapálico, hubo una gran evolución en la
disciplina penitencial de la Iglesia, y se entendió de una manera nueva el modo
de aplicar los méritos infinitos de la muerte de Cristo a los pecados cometidos
una vez bautizados.
Precisamente
el santo trataba de mostrar con el ejemplo de Mapálico, que una cosa era pedir
por piedad en favor de su madre y hermana, y otra era renegar de la fe y
pretender pedir para sí mismo. En todo caso san Mapálico verificó con su propia
sangre la disposición a dar la vida por Cristo.
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